dimarts, 5 de febrer del 2008

La travesía o El pañuelo de seda - comedia en tres actos

LA TRAVESIA

o

EL PAÑUELO DE SEDA

COMEDIA EN TRES ACTOS

FIGURAS

LUCILA

ELENA

MME. SORIGNAULT

ROSAURA

ELISABETH

DONCELLA

RENÉ

M. SORIGNAULT

SIR FOLKESTONE

EL CAPITÁN

MÍSTER BRODVERY

WILLIAM

FRAITEMPS

CAMARERO

VIAJEROS DE LOS DOS SEXOS

Año 1.92...

ACTO PRIMERO

Rincón en el puente del paquebot "Caledonia". Al fondo, detrás de las barandillas de la borda, se ven el mar y el cielo. En la lateral izquierda, el paso al interior del buque. Algunos asientos esparcidos por la escena, que está iluminada. Al levantarse el telón, esta en escena RENE asomado a la borda y ROSAURA que se acerca a él; algún grupo de viajeros de ambos sexos entrará y saldrá durante el acto, sin interrumpir la acción.

ROSAURA

La bella nocto, signori...

RENE

Hermosa.

ROSAURA

¿Una cerilla, me hace el favor?

RENE

(Sacando la caja de cerillas, enciendo una y presentándola con precaución por el viento, es decir, envolviendo la llama con la otra mano)

¡Con mucho gusto! Servidor de usted.

ROSAURA (Chupando el cigarrillo)

Muchas gracias. Noche serena, no está el manto de la neblina por el paso de Calais.

RENE

Hasta fines de septiembre... aún hay para días.

ROSAURA (Con admiración)

¡Oh! Conocedor de la travesía.

RENE

La llevo hecha tantas veces...

ROSAURA

¿Y siempre... sólo?

RENE

No creo que pueda perderme por el camino... (Se ríen los dos) ¿Genovesa?

ROSAURA

Napolitana.

RENE

¡Oh, la Madona!

ROSAURA

¿Va a Londres el señor?

RENE

¿Y usted también de seguro?

ROSAURA

Por pocos días.

RENE

Entonces, escaso equipaje como yo mismo.

ROSAURA

Los menos estorbos posibles. (Mirando la cubierta) Pocos viajeros en el puente.

RENE

No saben lo que se pierden. Prefieren la música de jazz.

ROSAURA

La encuentro insípida.

RENE

A mí, me sacude los nervios.

ROSAURA

Me gusta la música clásica...

RENE

Como a los buenos bebedores el vino añejo.

ROSAURA

Soy artista... ex-alumna de la Escala de Milano.

RENE

Así, no es raro que se "amilane" usted a los sones estridentes del trombón y del saxo...

ROSAURA

La música ramplona y estruendosa me lastima el tímpano...

RENE

Pero como sólo sirve para bailar...

ROSAURA

¿Tampoco le gusta a usted el baile?

RENE

Prefiero fumar un cigarrillo y respirar la brisa del mar.

ROSAURA

No va a ver usted como saltan los peces por encima de las olas.

RENE

Bien se les oye colear... Todo es pasar el rato... Además, la travesía es tan corta...

ROSAURA

Noto un poco de fresco...

RENE

No está de más que se envuelva usted su blanco cuello con el "echarpe". Unas anginas se pillan escapado y una cantante con anginas...

ROSAURA

Con precaución ya me he puesto el jersey.

RENE

Yo no subo nunca al puente que no sea con abrigo de entretiempo y gorra calada...

ROSAURA

Se le adivina en usted un hombre metódico, de experiencia... De los que saben vivir, ¡vamos! Los hombres que van solos por el mundo son muy interesantes... Sobre todo, si van de turistas.

RENE

¿Y si van en plan de trabajo?

ROSAURA

Mueven a lástima, pero no pierden del todo el atractivo si saben armonizar las dos cosas. (Se ríen los dos)

RENE

Es usted una artista inteligente.

ROSAURA

Disfruto de una vacación y voy de viaje de recreo... No conozco la isla.

RENE

Con mucho gusto, haría a usted de cicerone...

ROSAURA

Siempre es un buen augurio hallar un amigo complaciente.

RENE

Pocos días he de estar en la capital; no obstante, prometo iniciarla: debemos ayudarnos los que vamos por el mundo...

ROSAURA

Ya empieza a entrar gente. (Aparece el Capitán)

RENE

El Capitán.

ROSAURA

Muy simpático y solícito.

RENE

Se derrite en ceremonias.

CAPITAN (Acercándose a los dos)

Buenas noches, señores.

RENE

Espléndida, Capitán.

CAPITAN

¿Gusto por el aire marino o mareo? (A él)

RENE

Nada de mareo... También tengo lo mío de lobo de mar...

CAPITAN

Ah... ¿Y la señorita?

ROSAURA

Sin novedad. Me atrae la noche sobre cubierta. Gracias por el interés.

CAPITAN

Mejor que sea así, mucho mejor... Mi deber es velar por la tripulación.

RENE

Tenemos una mar tranquila.

CAPITAN

Sin embargo, siempre hay algún caso desagradable, sobre todo en señoras, a pesar de que la ruta es sumamente corta... Vaya pues, sigamos el recinto y luego, a ver como se termina el baile.

RENE

Parece que nos hemos reunido bastante gente...

CAPITAN

Llevamos el número completo de viajeros y la cantidad máxima de carga... dentro de hora y media, en Dóver...

ROSAURA

¡Que pronto!

RENE

Si eso es como quien toma el tranvía de circunvalación en París...

CAPITAN

Nosotros tenemos este servicio como de descanso.

RENE

Realmente; no es lo mismo hacer la línea de Liverpool a Sydney.

CAPITAN

La llevo hecha tres años seguidos y otros tantos la de Yokohama.

RENE

Así, ya sabe usted lo que es navegar.

CAPITAN

Conozco un rato largo todos los mares y sé de temporales incluso tifones en los mares de China, así como de llanuras como un espejo... Bien señores, celebro que les pruebe a ustedes el viaje. Va usted muy bien acompañadito, M. Dobicieux...

RENE

Ya me extrañaba que por fin no la soltara usted. Táctica en saber elegir la compañía, Capitán...

CAPITAN

Hombre de gusto, le felicito.

RENE

Gracias.

ROSAURA

Y gracias por la florecilla que recibo... por carambola.

CAPITAN

Que no me atrevía a galantearla directamente... Una señora que está con un caballero, no debe ser piropeada, y menos con un caballero como M. Dobicieux que merece todos mis respetos...

RENE

Eso será uno de los mandamientos del decálogo marino.

CAPITAN

De este, del otro y del de más allá... Bien señores, buen viaje...

RENE

Goodby, Capitán.

CAPITAN

A los pies de usted señorita.

ROSAURA

Beso a usted la mano, caballero. (Se aleja el Capitán y se junta con otro grupo)

RENE

¿No le dije si era ceremonioso?

ROSAURA

En extremo.

RENE

Malbarató su carrera. Tras de un mostrador, como hortera, no tendría rival.

ROSAURA

¿De manera que se llama usted M. Dobicieux?

RENE

Cierto: Dobicieux. René Dobicieux y ¿usted?

ROSAURA

Rosaura Martinetti.

RENE

Así, nos vamos identificando.

ROSAURA

Una amistad se forja de improviso.

RENE

Y de la amistad nace la simpatía, de la simpatía la relación y de la relación...

ROSAURA

Señor Dobicieux...

RENE

René, René, el nombre es más... familiar.

ROSAURA

Si vamos progresando ascensionalmente, me veo debutar, como primera parte, en cualquier teatro, bajo sus auspicios.

RENE

¿Por qué no? Los financieros lo mismo tratamos en explotaciones materiales que en delicadezas del sentimiento humano. (Se ríen)

ROSAURA

Sí, son ustedes unos pulpos con tentáculos que se extienden por todas partes.

(Entran por el paso William y Elisabeth, un matrimonio joven, un tanto extravagante)

WILLIAM

Abrígate bien, que el aire del mar tiene malas bromas...

ELISABETH

Sí, hombre, sí...

WILLIAM

A mí, conflictos, no; que tu madre tiene muy malas pulgas, y si te llevaba a casa, tosiendo o estornudando, sería capaz de emplazarme ante el Tribunal de la Rota.

ELISABETH

Está bien, maridito mío. No te desazones que casi ya estamos en casa. Verás, sentémonos por aquí. (Se sientan los dos)

RENE (A Rosaura)

A la legua, se conoce que es una parejita de recién casados...

WILLIAM

Ahora, dime por qué tiene que hacer una noche tan negra. ¡Qué fastidio! Para una pareja que está en plena luna de miel, ¡que la luna les dé el esquinazo...! En este momento, al claro de luna, veríamos una mar de plata...

ELISABETH

¡Qué bonito!... Oye tú, eso del Mar de Plata creo haberlo oído antes...

WILLIAM

Claro, cuando ibas al Colegio y estudiabas Geografía... como que cae en las mismas narices de Buenos Aires... Pero vamos, todos los mares son de plata si en ellos se baña la luna.

ELISABETH

No hombre, no. La luna está bien para cuando se está en relaciones. Además, ya tenemos estrellas y el puente iluminado por ese farolillo... Una vez casados y, sobre todo, recién casados, no está por demás un poco de oscuridad... Mira que noche más bella... Qué deliciosa para hablar del pasado y mejor aún del porvenir...

RENE

Yo cuando veo una señora que va sola, con aire misterioso, la tomo por una Mata-Hari o por una sirena aventurera...

ROSAURA

Pues yo a los caballeros casados, que viajan sin la esposa, me los imagino vulgares mercaderes que van de compras o perillanes que van a pagar el piso de... la otra.

RENE

Un ojo de psicólogo que envidiaría Bernard Shaw. ¿Una copa de champagne? ¡No me la desprecie usted!

ROSAURA

¿Y un pericón airoso? ¡No me diga usted que no!

RENE

Somos compañeros de viaje... Todo sea por la camaradería... (Le ofrece el brazo que ella acepta y se marchan al interior)

WILLIAM

Sí, sí, Elisabeth mía,... ¿Y estás contentita del viaje de novios, eh, prenda dorada?

ELISABETH

Qué preguntita... ¡satisfechísima!

WILLIAM

¿Es que la hemos gozado mucho... eh?

ELISABETH

Hasta la locura.

WILLIAM

Y cuidado si hemos seguido terreno... Siempre con la cámara fotográfica colgando al hombro... He sacado más de trescientas placas... Y qué te ha gusto más: ¿Francia, Italia o España?

ELISABETH

Todo, todo... sin distinciones. ¿Y sabes por qué? ¡Porque estabas tú!

WILLIAM

¡Ay, sí!... no me lo digas... Bien pero, un poco más de impresión, ¿qué te la ha causado?

ELISABETH

En Italia, la torre inclinada de Pisa y las ruinas de Pompeya... España también tiene lo suyo de notable.

WILLIAM

Y qué te ha gustado más de España, ¿vamos a ver?

ELISABETH (Pensando un poco)

¡Granada!

WILLIAM

Majo... El Generalife... el Albaicín...

ELISABETH

Los jardines de Aranjuez.

WILLIAM

¡Formidables!

ELISABETH

Toledo...

WILLIAM

Con el Alcázar encima... magnífico...

ELISABETH

Y... Santiago de Compostela.

WILLIAM

¡Alto! Allí, nos dieron el camelo, estoy cierto... Me parece que ni la casa que nos enseñaron ha sido nunca la de la Troya, ni la mantilla que me costó cinco libras y cuatro chelines la llevó en su vida la señorita Carmen de Castro Retén. Te digo que el compostelano ese nos vio llegar, tomándonos por verdaderos ingleses, ¡el majadero! Suerte tendremos de que tu tiíta Ketty se lo tragará como un helado de nata...

ELISABETH

Ya se sabe que en un viaje de novios hay que contar con un presupuesto especial de imprevistos, destinados a timos.. Y después... ¡qué diantre!... nos lo hemos pasado tan bien...

WILLIAM

¡Ay, sí! Tres meses que hacemos vida de faranduleros... Y tan amarteladitos como el primer día. Nunca una disputa siquiera...

ELISABETH

A lo que propone uno, el otro enseguida: amén.

WILLIAM

Sí, sí, afinamos, afinamos... Y contar que a los tres meses de matrimonio, los hay que han roto seis juegos de vajilla...

ELISBETH

Oh, ¡qué horror!

WILLIAM

Y si son avaros y miran por la casa, se han limitado a unos ligeros machs de "cach-as-cach-can"... ¡A trompazo limpio!

ELISABETH (Con un grito histérico)

¡Ay, William! doblemos la hoja se me pone la piel de gallina...

WILLIAM

Sí Elisabeth, sí: apartemos de nosotros los malos pensamientos... (Transición) Cuando lleguemos a casa, yo creo que habrá gente que no nos va a conocer. Oh y que ya podrán salir a recibirnos con un camión... Salimos con dos maletas y vamos a entrar como si ya nos mudáramos de casa...

ELISABETH

No podíamos volver sin un recuerdo para cada uno de la familia...

WILLIAM

Y la nuestra está compuesta de cincuenta y seis miembros...

(El Capitán se acerca a ellos)

CAPITAN

Buenas noches.

ELISABETH

Buenas las tenga usted.

CAPITAN

¿Tienen buen viaje los señores?

WILLIAM

Excelente, Capitán, muchas gracias.

CAPITAN

Nada de mareo.

WILLIAM

¿Mareo, dice usted?

ELISABETH

Cuente que hace tres meses que no hacemos otra cosa que viajar y cambiar de cocina...

WILLIAM

Y ni por esas...

CAPITAN

¡Ah! ¿En viaje de novios, tal vez?

WILLIAM (Satisfecho)

Sí señor, sí.

CAPITAN

¡Ay, felices ustedes!... Que sea enhorabuena.

ELISABETH

Gracias.

WILLIAM (Sacando un cigarro)

¿Usted no fuma Capitán?

CAPITAN

Gracias, a su salud. ¿Y qué tal les prueba el nuevo estado?

WILLIAM

Pues... verá usted.

ELISABETH (Vivamente)

Bien, bien.

WILLIAM

No podemos quejarnos: Según la báscula automática del muelle de Calais, comprobada por el fiel contraste hace tres días, mi esposa ha ganado seiscientos gramos y yo he perdido doscientos. Lo que nos dice que la sociedad conyugal regresa a la casa solariega con cuatrocientos gramos de beneficio...

CAPITAN

¡Je, je, je! No está mal el experimento. Vaya que tengan ustedes un feliz regreso y que les dure la dulce luna.

WILLIAM

Y usted que lo vea.

ELISABETH

Buenas noches. (Desaparece el Capitán) (Pausa) Oye tú: ¿este señor es el Capitán del barco o es el maestro de ceremonias?

WILLIAM

Mujer, esto es un rasgo de la caballerosidad marina.

ELISABETH

Pues como a todos los viajeros les vaya con el mismo estribillo, llegará a Dóver sin terminar el interrogatorio.

WILLIAM

Es original. Oh y lo grande es que solo lo pregunta en los grupitos dónde ve mujeres.

ELISABETH

Ah, mira el pícaro...

WILLIAM

Y si alguna va sola, le dedica un rato más de cuestionario. Pero, vamos, no te preocupes que por el poco rato que nos queda, no podemos naufragar ni que lo hiciera adrede. Lo sentiría por la mantilla de tu tiíta Ketty.

ELISABETH

Un naufragio... cállate, no digas disparates.

WILLIAM

Bueno Elisabethita: el método y las reglas de la buena costumbre: vámonos al bar a tomarnos unos sándwichs. Al matrimonio se le hace frente con el estómago lleno.

ELISABETH

Y luego, aquí otra vez, a hacer la digestión.

WILLIAM

A lo que uno propone, el otro dice amén.

(Salen por el paso, al tiempo que entran SIR FOLKESTONE y MISTER BRODVERY)

SIR FOLKESTONE

Bueno, a fumar.

MR. BRODVERY

Y a respirar.

SIR FOLKESTONE

Sentémonos.

MR. BRODVERY

Ha bailado usted tres...

SIR FOLKESTONE

Eso quiere decir que aún soy valiente.

MR. BRODVERY

Hombre, si está hecho usted un castigador del primer vuelo...

SIR FOLKESTONE

No tanto, no tanto, mister Brodvery... Soy de los que siguen y nada más... Ya no llevo la iniciativa en ninguna parte. Signo de la decadencia, amigo mío.

MR. BRODVERY

Ahora una temporadita en Londres, tomando fuerzas.

SIR FOLKESTONE

En Londres o en el campo. Cada tres meses hago mi acostumbrada escapadita a París. Soy independiente, gozo de buena salud, con casa en la City y castillo a pocos kilómetros, con parque, caballos y coche... reúno una renta de cinco mil libras... ¡a vivir! El que venga detrás, que arree.

MR. BRODVERY

Y los que quieran heredar, que esperen sentados.

SIR FOLKESTONE

Empezando por las fundaciones filantrópicas de mi testamento. Mientras pueda ir a París, hay hombre para años. Si Milton levantara la cabeza y fuera a darse una vueltecita por allí sin la ceguera, escribiría El Paraíso recobrado... Uno se quita diez años de encima sólo al entrar... Allí converge todo el mundo: acaudalados, pobres que esperan hacer fortuna, sabios, reyes destronados, príncipes con trono, mujeres guapas...

MR. BRODVERY

Sí, es el mar dónde desembocan todos los ríos.

SIR FOLKESTONE

Sin embargo, ha perdido un atractivo. La limpieza de apaches de los bajos fondos del Sena, le ha quitado color. Tan buenos ratos como había pasado yo con los apaches. No obstante continua siendo el centro de las modas con sus modistos y dibujantes, la cuna de la diversión con sus fastuosas revistas, corazón y cerebro del orbe intelectual y político... Los artistas hallan en él los mejores museos...

MR. BRODVERY (Interrumpiéndole)

En una palabra, que París es conocido hasta por los que nunca lo han pisado...

SIR FOLKESTONE

Y para un hombre inquieto como yo, es el centro de descubrimientos.

MR. BRODVERY

Le gusta a usted tanto de investigar la vida ajena.

SIR FOLKESTONE

La mayor parte de las veces, por natural.

MR. BRODVERY

No se concreta usted con lo que fluctúa por la superficie.

SIR FOLKESTONE

No soy el pájaro que sólo ve la Torre Eifel o las de Nôtre Dame o del Sacré Coeur ni tampoco el paseante distraído, que deambula por sus anchas avenidas, grandes plazas o quedando boquiabierto como un paleto ante sus magníficos monumentos o contemplando la Fuente de los Médicis en los jardines de Luxemburgo... Hay que ahondar la entraña de la urbe. El novelista encuentra allí materia para un libro, a cada paso. Yo no soy escritor pero sé retener para mí, los casos emotivos de la vida... Acabo de descubrir uno de vulgar... de los más corrientes, tan viejo como el pan que nos llevamos todos los días a la boca. No tiene ninguna particularidad como no sea la belleza extraordinaria de la protagonista.

MR. BRODVERY

¿Lo vale?

SIR FOLKESTONE

Una verdadera escultura.

MR. BRODVERY

¡Demonio!

SIR FOLKESTONE

Diablesa, diría usted mejor. Verá usted como fue. Me encontraba yo en el hotel meublé Boulevard situado en el corazón de la capital. Tenía referencias de que desfilaba por él, lo mejor de París. Yo hago en la ville lumière -como la mayor parte de los hombres que van solos- vida de restaurante y como dónde me pilla la hora de cada ágape. Tomé una habitación en el meublé. Anoche no tenía plan y a la una me retiraba al hotel. Sería cosa de las dos, que no había conciliado el sueño. Me levanto, me visto y, decidido, salgo al corredor con ánimo de marcharme a la calle sin norte, para esperar el amanecer... De la habitación persa del corredor inmediato, sale una pareja. A él, le reconocí enseguida por que se trata de una celebridad: El aviador Châteauneuf...

(Al principio de la relación, ha salido RENE sin ser visto por los dos interlocutores y queda escuchando a poca distancia de ellos)

MR. BRODVERY

El hombre del día.

SIR FOLKESTONE

¡Amigo, a qué ciudadana acompañaba! Cuidado que he visto yo mujeres bonitas en París, pero como aquella... más claras que las Pascuas...

MR. BRODVERY

¡Atiza!

SIR FOLKESTONE

Así que salen al corredor, a ella se la ve nerviosa, amedrentada... Se le cae este pañuelito, que todavía conserva la misma fragancia. (Se lo saca del bolsillo)

MR. BRODVERY (Tomándolo y oliendo)

Un perfume inalterable.

SIR FOLKESTONE

Tiene iniciales L.D.

MR. BRODVERY

¿Y no se lo devolvió?

SIR FOLKESTONE

De ninguna manera. También soy coleccionista. Así como los hay que coleccionan sellos, monedas o antigüedades, a mí me ha dado por guardar cosas nuevas pero eróticas. Me lo meto en el bolsillo (lo hace) y a seguirles con todo sigilo.

MR. BRODVERY

El detective en funciones.

SIR FOLKESTONE

En el saloncito, como haciendo de guardiana, estaba una señora vestida elegantemente que podríamos llamar una viuda aliviada porque llevaba luto de alivio. Madame Levidier. Hay que presumir que se trataba de la acompañante, la protectora de la pareja... Un poco menos timorata que la otra.

MR. BRODVERY

El caso frecuente de la tapadera.

SIR FOLKESTONE

Bajan la escalera... Paro el oído... Se adivina que dan la dirección al chofer que era taxista... Al Excelsior. En pocos momentos, desaparecen las elegantes señoras... El se marcha en otro coche.

MR. BRODVERY

El despiste.

SIR FOLKESTONE

Ya tenía tema; otro taxi, y, a escape, me largo al Excelsior. Me encuentro con las dos individuas. Al cabo de un rato, comparece el chofer titular de la viuda con uniforme... Se deduce que era la hora convenida para no infundirle sospechas. Habían entrado por la puerta de atrás, como hicieron al salir del meublé. Las dos señoras montan en un soberbio coche, cuya marca no pude reconocer aunque creería que sea trataba de un último modelo. Podía preguntar al camarero que me hubiera ilustrado ampliamente... ¡no señor! Las sigo en un taxi... La viuda quedó dentro del coche y la otra, se apea frente a un hotel lujoso de la calle de La Fayette, siguiendo el coche en dirección a la Avenida Jaurés... Esta mañana, hago nuevas pesquisas referentes al asunto y me entero que se trataba de la mujer de una de las primeras firmas del mundo comercial. Lo de cada día: el marido salió veinticuatro horas antes de viaje, de duración ocho días aproximadamente. Y mientras él, confiado y optimista, se entregaba al negocio, ingresaba en la galería de maridos ilustres, laureados con la corona simbólica, con el emblema grotesco del adulterio. Qué marido puede vanagloriarse de que no es un histrión contra su voluntad.

MR. BRODVERY

Hijo, no me ha contado usted nada del otro jueves. Es un caso adocenado, de los que se dan todos los días. (René se había retirado mucho antes junto a la barandilla del fondo encendiendo un pitillo)

SIR FOLKESTONE

Sin duda pero nadie me quita la sensación de desenvolver la madejuela y venir en conocimiento de un hecho que debe ignorar todo París. Si lo lees en una novela parece que el autor le ha estafado a uno tiempo y dinero, en cambio lo vive uno y termina por exclamar: ¡¡Qué desfachatez!!

MR. BRODVERY

Bueno cuando uno se entera de una cosa así le entran unas ganas de casarse... Para que después nos pinten las delicias del hogar, y la suprema felicidad del matrimonio... ¡viva el himeneo! ¡ja, ja, ja!

(El Capitán cruza la escena y Sir Folkestone le emprende)

CAPITAN (Pasando de largo)

Buenas noches señores.

MR. BRODVERY

Buenas noches.

SIR FOLKESTONE

Hombre, Capitán, una observación. ¿También debemos ser de Dios nosotros, eh?

CAPITAN

¡Cómo! ¿Decía usted?...

SIR FOLKESTONE

¿Que el señor y yo debemos tener cara de satisfechos, por lo visto?

CAPITAN (Extrañado)

¿Por qué lo dice usted?

SIR FOLKESTONE

Por que no hemos tenido el honor de ser preguntados si teníamos buen viaje.

CAPITAN (Confundido)

Ah, sí... ya... claro que...

SIR FOLKESTONE

¿De manera que en nuestro semblante no hay asomo de duda de que sabemos navegar?

CAPITAN

¡Que va!. Quite usted de ahí... Ustedes dos harían la travesía aunque fuese en bote de remos... El preguntarlo, habría sido un agravio...

MR. BRODVERY

El capitán cuida especialmente de las señoras...

SIR FOLKESTONE

Ah, ya; el bello sexo o el sexo débil...

CAPITAN

¡Natural... son las más propensas a... la devolución... las pobrecillas!

BR. BRODVERY

Y la proverbial galantería de los marinos, ha de quedar bien sentada.

CAPITAN

Ah, sí... nobles con los varones y afectuosos con las damas. Es nuestra gloriosa tradición.

SIR FOLKESTONE

Muy bien, Capitán, muy bien. Celebramos que nuestro aspecto le haya ahorrado el cumplido que encaja maravillosamente con su finura temperamental.

(Atraviesa la escena ROSAURA en busca de René; la ven los tres del grupo)

MR. BRODVERY

¡Vaya sílfide!

CAPITAN

Bocato di cardinale. (Por Rosaura)

RENE (Impaciente)

¡Por fin!

ROSAURA

Me entretuve en el tocador.

RENE

Rosaura... ¿somos unos buenos amigos?

ROSAURA

Ya lo creo: unos viejos amigos que casi podrían tutearse... Hemos fumado, bebido, bailado y hasta nos hemos reído. Ya hace cerca de una hora que nos conocemos.

RENE

Hablo en serio.

ROSAURA

Pues paso a la seriedad.

RENE

¿Tienes confianza en mí? (Recargando el tratamiento)

ROSAURA

Como en mí misma.

RENE

¿Y serías capaz, por mí, de hacer un pequeño sacrificio de prestarme un servicio sencillo, de aquellos que se llevan en el alma por una eternidad?

ROSAURA

Uy, ¡qué trágico te pones!

RENE

Dime.

ROSAURA

Ya me tienes de cabeza. Ni hablar. ¿Qué hay que hacer?

RENE

¿Puedo contar...?

ROSAURA

Como si fuese tu esclava. Desembucha, hombre, desembucha de una vez. (Quedan hablando bajo)

MR. BRODVERY

A eso se le llama pupila.

CAPITAN

Sí señor, pupila. Y que conste que también tengo olfato y este me dice que usted, Sir Folkestone, dentro de tres a cuatro meses volverá a pasar el charquito en sentido inverso.

SIR FOLKESTONE

Vaya descubrimiento. Si hace veinte años que lo tengo como un deber.

CAPITAN

Un deber... deportivo. Poder ir a París, de vez en cuando y saturarse de juventud, alegría y... buen vivir. Se me hace la boca agua.

MR. BRODVERY

Vaya Capitán que en su camarote, a menudo tiene usted ocasión de hacer pasar el mareo a más de una viajera...

CAPITAN

¡Pse!... Se hace lo que se puede. No deja de ser una obra de misericordia

SIR FOLKESTONE

Esto se anima. Mientras nos vamos acercando a la costa, yo creo que no caería mal una botella de wisky. ¿Hace, Capitán?

CAPITAN

Vamos al bar. Yo siempre dispuesto al sacrificio para complacer a mi tripulación. La travesía hay que amenizarla con todos los entremeses. Ya han visto ustedes el baile que he improvisado, aprovechando el paso de esos músicos...

RENE

De aquellos dos señores que están con el Capitán, el más.. maduro, que viste de negro, tiene en el bolsillo derecho de la chaqueta, un pañuelito de seda...

ROSAURA

¿Un pañuelito de seda?

RENE

... que me interesaría poseer, sea como sea y cueste lo que cueste. ¿No sé si está dentro de tus facultades?

ROSAURA

¿Juego de escamoteo? Creo salir airosa. Manos a la obra. Un cigarrillo, René. Los hilitos azules que se remontan me inspiran y servirán de ayuda. Haré la cortina de humo al sujeto que ha de ser desposeído. (Él le da un cigarrillo que enciende con lumbre que le facilita René) Y por arte de nigromancia, esta prenda que pides, hará el traspaso a tu bolsillo. ¡Palabra!

RENE

Te acordarás de mi gratitud.

ROSAURA

Me basta que te interese para que me convierta en ave de rapiña.

RENE

Un interés vital. No puedes comprenderlo. Al desembarcar, te lo explicaré Rosaura...

ROSAURA

No necesito saber más. Sólo sé que no es un capricho trivial. Desafío el peligro y por ti me convierto en gangster arrastrando todas las agravantes: la nocturnidad, alevosía y... no quiero que me hagas de cuadrilla, siquiera. Tú, quieto aquí.

RENE

Gracias, gracias... Anda, te espero Rosaura, te espero con impaciencia.

ROSAURA (Pasando por delante del grupo de los tres)

La bella nocto, signoris.

CAPITAN (Muy dulce)

Buenas noches.

MR. BRODVERY

Me parece que esta viajera va a la deriva.

SIR FOLKESTONE

Seguro que le da el mareo.

MR. BRODVERY

¿Va sola?

CAPITAN

Sí, pero la he visto muy atareada con ese viajero parisino. A lo mejor, le ha olido el talonario de cheques, pues se trata nada menos que del financiero René Dobicieux...

SIR FOLKESTONE

¿René Dobicieux?

CAPITAN

¿Le conoce usted?

SIR FOLKESTONE

Me suena, me suena. (Pausa, haciendo memoria) El de la galería de ilustres de que le hablaba.

MR. BRODVERY

¡Ah! Podríamos convidarla.

SIR FOLKESTONE

Viene para acá.

ROSAURA

Perdón messieurs... ¿Capitán, sería usted tan amable de decirme si falta mucho para llegar a Dóver?

CAPITAN

Más de media hora.

ROSAURA

Es interminable. Gracias. ¡Qué fastidio!

MR. BRODVERY

¿Se aburre usted, señorita?

ROSAURA

Enormemente.

SIR FOLKESTONE

¿Quiere usted acompañarnos al bar?

ROSAURA

Con mucho gusto gentleman. Tengo una sed horrible.

CAPITAN (Saliendo el último)

Pues vamos allá.

(René queda fumando, con la vista fija a la puerta por donde han salido los cuatro)

FIN DEL PRIMER ACTO

ACTO SEGUNDO

Salón lujoso en casa de René, amueblado con elegancia. Puertas al fondo y laterales. Teléfono encima de una mesa.

Al levantarse el talón está sola en escena LUCILA, telefoneando.

LUCILA

¡Eres un imprudente!... No lo repitas más... Otra vez cuelgo el aparato y no te contesto... No soy una ingrata, no, sino previsora. (Pausa) ¡Estás perdonado ea!... No sé. A poco que pueda, saldré con Elena al oscurecer... Sí, a la hora del té... Discreción... Sí, sí, cordura, que tienes tú muy poca... (Pausa) ¡ja, ja, ja! A todas horas, hombre. Adiós, "Chatelet"... (Deja el aparato y toca el timbre. Al poco rato, comparece la DONCELLA)

DONCELLA

¿Llamaba la señorita?

LUCILA

Así que vuelva Gaspar, dile que tenga el coche dispuesto para las seis.

DONCELLA

Muy bien señorita... ¿Nada más?

LUCILA

Ah, sí, oye: Anteanoche, como ya sabes, regresé a casa acompañada de Elena. ¿Estamos? (Recargando la última frase)

DONCELLA

Sí, señorita...

LUCILA

Nada que, al salir del teatro, nos entretuvimos un poco...

DONCELLA

Es natural.

LUCILA

Te digo esto porque, como era hora avanzada de la madrugada y no estaba mi marido...

DONCELLA

¿Qué tiene que ver?

LUCILA

Sí, que la servidumbre, muchas veces halla motivo de comentario en los detalles más nimios...

DONCELLA

Por lo que toca a mí...

LUCILA

Ya sé que eres una muchacha discreta.

DONCELLA

Solamente nos enteramos el portero y yo.

LUCILA

Te lo advierto por si se tercia la conversación, puedas desvanecer toda suposición maliciosa.

DONCELLA

Cuando hasta este momento, nadie ha hablado de ello, es prueba de que lo ignoran o no le han dado la menor importancia...

LUCILA

Mejor es así...

(Se oyen dentro las voces de RENE y FRAITEMPS que entran por la puerta del fondo)

RENE

Buenas tardes, Lucila. (Se abrazan)

DONCELLA (Haciendo mutis por la misma puerta)

El Señoríto.

LUCILA

René, ¡qué sorpresa! ¿Tú de regreso? ¿Qué ha pasado?

RENE

Nada de particular. No te alarmes.

FRAITEMPS

Buenas tardes, señora.

LUCILA

Buenas tardes, Fraitemps.

RENE (Sentándose)

Siéntese Fraitemps. Nada chica, que al llegar a Dóver, antes de emprender la marcha telefoneé desde casa del corresponsal a Míster Nevery y me enteraron de que no lo encontraría...

LUCILA

¡Lástima de viaje!

RENE

Y ante esta contrariedad, como que no podía resolver el asunto que me llevaba, decidí aplazar el viaje, hasta que vuelva a Londres. Y no me ha quedado otro remedio que deshacer el camino andado..

LUCILA

¿Has almorzado ya?

RENE

Sí.

LUCILA

¿Cómo no telefoneaste?

RENE

¡Quita mujer!... Vayan unas ganas de armar jolgorio. Enviarme el coche a la estación... Si cada dos por tres, nos encontramos así. Esta mañana, antes de montar en el tren de Caláis, he comunicado con el despacho para que saliera Fraitemps a recibirme en la estación. Y aquí me tienes tan fresquito.

LUCILA

¿Queréis tomar algo?

FRAITEMPS

Por mi parte nada... Se agradece señora.

RENE

¿Qué no hay nada de anormal? ¿Los papás siguen bien? ¿Los amigos...?

LUCILA

Nada de particular. Exactamente igual que cuando te fuiste.

RENE

Al pelo. Fraitemps me dice que en el despacho también todo marcha... ¡Pues encantado!

FRAITEMPS

¿No va a pasar un momento por allí?

RENE

Tal vez. Como mi viaje ha sido de regreso tan imprevisto, a lo mejor, Lucila no tiene programa...

LUCILA

Ahora he hecho avisar al chofer por la doncella para ir a las seis a casa de los papás o de Elena. Es tan larga la tarde...

RENE

Muy bien. Te habrás aburrido estos días.

LUCILA

No, no; verás, anteanoche estuve en el teatro con los papás, pues ya sabes la locura que tiene mamá por la música y al salir me acompañaron a casa.

RENE

Has hecho muy bien.

LUCILA

Y hoy, ya ves. Si tardas un poco más en volver, ya hubiese telefoneado a una o a otra.

RENE (Ligeramente irónico)

¿Ve usted Fraitemps?, los hombres siempre somos inoportunos.

FRAITEMPS

U oportunos para mejorar el plan de recreo.

LUCILA

Sea como sea, veo que no voy a quedarme sola como una ostra en su concha... Bueno, mientras habláis de vuestras cosas voy a ver si las muchachas ponen en orden la casa.

RENE

Pronto despachamos.

LUCILA

Hasta ahora, Fraitemps.

FRAITEMPS

Hasta luego señora. (Se va Lucila por el fondo) Bien, ya le he dejado a usted en su casa.

RENE

No se dé usted tanta prisa... Quieto ahí, hombre, quieto ahí... Va usted a hacerme un rato de compañía. (Saca la cigarrera) Ahí tiene usted tabaco. (Fraitemps toma uno y lo enciende) (Viendo los periódicos encima de la mesa y tomando y desdoblando uno de ellos) ¡Ah, la prensa! ¿Y que nos dicen los diarios?

FRAITEMPS

Ya los he leído: nada de particular.

RENE

Marcelo Châteneuf... en primera plana.

FRAITEMPS

El hombre del día. El as de la aviación.

RENE

Si que puede estar satisfecho el muchacho. No coge uno periódico o magazín que no se lo encuentre de cuerpo entero...

FRAITEMPS

En poco tiempo, ha hecho una carrera brillante. Nunca se ha visto una popularidad igual...

RENE

Lo conozco bien poco. Sólo una tarde, me lo encontré en casa de Elena, y le fui presentado. Es agraciado en el físico...

FRAITEMPS

Bastante fotogénico.

RENE

Sí, sí, es simpático y atractivo. (Divagando) Un aviador, un boxeador, un político, un artista, un héroe... Son los que la gloria y la notoriedad encumbran por encima de los demás mortales, convirtiéndolos en semidioses de la sociedad. Su nombre va de boca en boca, la prensa los agasaja y publica su foto de vez en cuando... Las puertas se les abren y las mujeres los desean. ¡Nosotros somos los insectos invisibles! (Queda mirando la foto, haciendo abstracción de la presencia de Fraitemps. Este no sabe qué partido tomar y por fin decide hacer notar su estancia allí, fingiendo tos)

FRAITEMPS

¡Ejem, ejem!...

RENE (Como sí despertara)

Pues sí... ¿Decíamos, amigo Fraitemps?

FRAITEMPS (Balbuceando)

Eso, que... ¡nada!... que no ocurre ninguna novedad.

RENE

Ah, cierto... ¿Dónde tengo yo la cabeza a veces? (Se pasa la mano por la frente) (Pausa)

FRAITEMPS (Solícito)

¿Le pasa a usted algo señor Dobicieux?

RENE

¿Por qué lo pregunta usted?

FRAITEMPS

No sé... su regreso tan súbito... Y parece como si estuviera usted nervioso...

RENE (Afectando serenidad)

Nada, hombre, ¿qué me va a ocurrir?... No, ¡por cierto! La contrariedad del viaje frustrado.

FRAITEMPS

Es raro que un hombre como usted tan previsor y metódico que no mueve el pié sin la seguridad del paso que da...

RENE

Pues que no me previne para esta contingencia de no encontrar a Mister Nevery. Nunca me falló el viaje...

FRAITEMPS

Luego la conferencia telefónica ordenándome que saliera a recibirle...

RENE

Y crea usted que me sabe mal porque tenía en proyecto una gran operación... Sí, sí, hemos de hablar. Ya iré después al despacho y le comunicaré algunas instrucciones... Hablaremos ampliamente... Entre Calais y Dóver -en plena travesía- he hecho algún negocio original. Oh los comerciantes no perdemos nunca el tiempo, amigo Fraitemps.

FRAITEMPS

¿Una sorpresa?

RENE

No puedo anticiparle nada... Aún ha de sazonar el proyecto, que está en embrión... Tal vez, mañana, pueda darle detalles. Sí pues, sí... no doy mis pasos como dados en terreno baldío...

DONCELLA (Anunciando)

El Señor y la Señora Sorignault.

RENE

Ah, los suegros: que pasen. (Sale la doncella)

SORIGNAULT (Entrando)

Hu lálá! ¿René por aquí?

SRA. SORIGNAULT

Buenas tardes

RENE

Aquí me tienen ustedes.

SORIGNAULT

Tú haces como que te vas y vuelves.

SRA. SORIGNAULT

Y pues, ¿tan aprisa?

RENE

Contra mi voluntad. Cuando hay que contar con la formalidad ajena, hay que atenerse a las consecuencias.

SORIGNAULT

¡Vaya por Dios!... Nosotros no te esperábamos hasta dentro de siete u ocho días.

RENE

Siéntense, siéntense... Lucila ha entrado a su habitación...

SORIGNAULT

Y usted señor Fraitemps. Poco le vemos por aquí.

RENE

Lo he recogido a la vuelta.

FRAITEMPS

Si no es por algún asunto excepcional, siempre en el despacho.

RENE

Pues como le decía Fraitemps, enseguida aparezco por allí y hablaremos, ¿eh? (Se levanta)

FRAITEMPS (Imitándole)

Como usted mande. (Con una ligera inclinación de cabeza, al matrimonio) Pues señores, he tenido tanto gusto...

SORIGNAULT

Usted siga bien Fraitemps.

(René le acompaña hasta la puerta y vuelve)

RENE (Sentándose otra vez)

Y bien ¿qué novedades me cuentan ustedes?

SORIGNAULT

Psé, ¡como siempre!

RENE

¿Y Gastón?

SORIGNAULT

Hombre él, ya no hay que decirlo: siguiendo su vida de parásito...

SRA. SORIGNAULT

No tanto, no tanto, pobre hijo mío... Ahora parece que anda por buen camino...

SORIGNAULT

¡Hum!

SRA. SORIGNAULT

Tiene ganas de regenerarse y de llevar una buena vida...

RENE

Grata noticia.

SRA. SORIGNAULT

Está animado de grandes propósitos y me parece que por fin, ha hallado la senda...

RENE

Albricias.

SORIGNAULT

Verás, el chico se ha hecho muy amigo de Marcelo Châteauneuf... Ya le conoces.

RENE

¿El célebre aviador? Conocido por todo el mundo.

SORIGNAULT

Y parece que tiene por mi hijo un interés extraordinario.

RENE

¡Ah!

SRA. SORIGNAULT

Sí, sí. Y por lo visto, Gastón tiene una marcada afición por la aeronáutica...

SORIGNAULT

Y es lo que decimos nosotros: por lo menos que lo veamos ocupado en algo de provecho...

RENE

Bien hecho, ¡qué caramba! Ya que no pude hacer carrera con él en mis oficinas porque los números le dan neurastenia, qué diantre va a ser que no hagamos de él un experto piloto o un excelente paracaidista... Si se decide por lo último, creo que dónde aterrice va a hacer estragos.

SORIGNAULT

El caso es no verle hecho un granujilla.

SRA. SORIGNAULT

Anteanoche, estuvimos en el teatro.

SORIGNAULT

Ah, sí... No sé si te lo diría tu mujer.

RENE

Hemos hablado muy poco...

SORIGNAULT

Aunque tú no estuvieses como mi mujer tiene esa chifladura por el teatro...

SRA. SORIGNAULT

Oh, la ópera me enloquece.

RENE

Muy bien.

SORIGNAULT

Y en el entreacto, saludamos a Marcelo.

RENE

Ya.

SORIGNAULT

Y nada... que nos prometió hacer de Gastón un muchacho de provecho.

SRA. SORIGNAULT

Y como que tiene vara alta en la Aviación...

RENE

Es el amo.

SRA. SORIGNAULT

Elena que también se encontraba en el teatro se lo recomendó con gran interés...

SORIGNAULT

Que puede decirse que es cosa hecha...

RENE

Me dan ustedes una buena noticia. (Pausa, transición) Y qué mamá, le gustó a usted la ópera.

SRA. SORIGNAULT

Soy una diletante de la primera soprano...

RENE

Lo vale.

SRA. SORIGNAULT

No me cansaría nunca de escucharla.

RENE

Sólo tiene el inconveniente que debían ustedes acostarse muy tarde si después de la función, tuvieron que traer a Lucila hasta aquí.

SORIGNAULT

¡Quiá!... Como que también estaba Elena, según te he dicho antes, es el caso que ella misma se ofreció para llevarla...

RENE

Ah, ¡bien!

SRA. SORIGNAULT

Claro como son tan amigas...

RENE

Intimas: como dos hermanas.

SORIGNAULT

Total que nos ahorró el trasiego de volverla hasta aquí.

RENE

Me parece muy atinado.

SRA. SORIGNAULT

Hoy que estás aquí, podríamos ir todos.

RENE

Sin duda y encantado de que la goce usted tanto, mamá.

SORIGNAULT

¿De manera que tu viaje?

RENE

No he desperdiciado el tiempo. Lo que pasa..., sale uno por un asunto y a lo mejor se le presenta otro de más importante de improviso... Sí, sí, estoy satisfecho porque he aprovechado los pasos.

SRA. SORIGNAULT

Ay, no sé yo porqué trabajas tanto.

SORIGNAULT

Cuidado que llevas movimiento en tu negocio.

RENE

El trabajo es un deporte.

SORIGNAULT

Yo a los temperamentos emprendedores los admiro.

SRA. SORIGNAULT

Pero no los imitas.

SORIGNAULT

Y es que en el mundo hay quién trabaja y quién ha de ensalzar el trabajo de los demás. A mí me ha tocado la ocupación de ensalzador.

RENE

Pues a mí en el reparto, me han adjudicado el otro... Y conste que no me quejo.

LUCILA (Entrando)

Hola, ¡los papás! (Besando a los dos)

RENE

Tu madre que se figuraba que estabas sola y ha venido a hacerte compañía.

SRA. SORIGNAULT

Y nos encontramos con René.

SORIGNAULT

O sea que de la soledad pasas como quien dice a una asamblea más o menos numerosa.

LUCILA

Sólo faltaría Gastón para celebrar consejo de familia.

SORIGNAULT

Si no que tu hermano no está por consejos.

SRA. SORIGNAULT

De tal palo, tal astilla. Y tú a sus años qué hacías, ¿vamos a ver?

SORIGNAULT

Ya no me acuerdo. Hace tanto tiempo.

SRA. SORIGNAULT

Poco más o menos, lo que él.

LUCILA

Papás, discordias, no.

SORIGNAULT

Ya le han dado dónde le duele. Hablando del chico lo defiende como una leona.

SRA. SORIGNAULT

Si es tan joven.... Ya sentará la cabeza. Dejad que se divierta. ¿No te parece, René?

RENE

Sí, señora, sí... Los quebraderos de cabeza ya vienen por sí solos. Además, una juventud accidentada es presagio de una madurez tranquila. Que se aproveche ahora que le pasa.

LUCILA

¿Hablas por experiencia, René?

RENE (Con ligera amargura)

Mi juventud no ha existido. Soy de los hombres que nacen viejos. Esclavos del trabajo y de la ambición. Acumular riqueza y extender el nombre como mancha de aceite sobre el mar...

SRA. SORIGNAULT

Bastante has conseguido una y otra cosa.

SORIGNAULT

Por eso también estamos orgullosos de ser tus suegros.

SRA. SORIGNAULT

Y satisfechos de vuestra felicidad.

LUCILA

El disco de la satisfacción. Rebosante...

SORIGNAULT

Ha, tunanta, que has hecho una suerte que todas tus amigas envidiarían.

RENE

La suerte ha sido recíproca porque Lucila es un tesoro de bondad y cariño...

LUCILA

Y yo debiera añadir que tú eres un maridito afectuoso, galante y comprensivo, ¿verdad? Bueno eso se convierte en una sesión de elogios mutuos.

RENE

Tienes razón, Lucila; los elogios se reservan para los panegíricos...

SRA. SORIGNAULT

¿Y como está el vestido que te probaron ayer tarde?

LUCILA

Ya lo han traído; ¿quiere usted verlo?

SRA. SORIGNAULT

Claro que debes enseñármelo. ¿Cuándo vas a estrenarlo?

RENE

Hoy, seguramente. Si termino enseguida en el despacho, saldremos a dar una vuelta.

SRA. SORIGNAULT

Vaya, que resplandeces por París como Venus en el firmamento.

SORIGNAULT

¿Que frases más bonitas e ingeniosas se gasta tu suegra, eh?

RENE

Las madres cuando hablan de sus hijos derrochan poesía.

SRA. SORIGNAULT

Vamos a ver el vestido...

SORIGNAULT

Pues mientras vosotras os entregáis a los vestidos, yo voy a ver como marcha la instancia del chico...

RENE

¿Va usted al ministerio?

SORIGNAULT

Claro, hasta que ingrese, no sosiego. Ya volveré a recogerte...

SRA. SORIGNAULT

No te des prisa. (Salen las dos señoras)

SORIGNAULT

¿Y tú?

RENE

Me quedaré un rato, fumando un cigarrillo. Después, me marcharé al despacho.

SORIGNAULT

Pues hasta luego.

RENE

Hasta luego. (Mutis Sorignault por el foro. Queda sólo René y enciende un pitillo. Al poco rato, comparece la Doncella anunciando)

DONCELLA

La señora viuda de Levidier.

RENE

Que pase. (Sale la doncella)

ELENA

Buenas tardes.

RENE

¿Qué tal, Elena?

ELENA

¡Como! ¿Usted por aquí, René? No me figuraba encontrarle en este momento.

RENE

Usted -como todo el mundo- se figuraba volver a verme dentro de ocho días...

ELENA

Ciertamente.

RENE

Pero es aquello: el hombre compone un itinerario y los acontecimientos desarrollan otro.

ELENA (Alarmada)

¿Alguna novedad?

RENE

En absoluto.

ELENA

Ah, ¡me tranquiliza usted!

RENE

Sí, todos estamos inmejorablemente, gracias. Lucila y mamá han entrado en su habitación... Siéntese usted, Elena, siéntese, que no pueden tardar. Aprovecharé entretanto, para hacer un poco de charla con una de las señoras más elegantes de París.

ELENA

Oh, amigo René, muy galante.

RENE

Elena, los financieros también tenemos ojos. Y si no sabemos decirlas con más elegancia, expresamos nuestras ideas, claras y desnudas. Nuestra arma es el lápiz y nuestro fuerte los números; y estos nos dicen que dos y dos son cuatro. Esta es nuestra elocuencia. Y no hay nadie por listo que sea, que pueda decirlo de otro modo.

ELENA

Exacto.

RENE

Pues si le digo que es usted simpática, elegante y guapa... es el resultado de la reunión de... varios sumandos... ¿eh?

ELENA

¡Ja, ja, ja!... ¡Vaya, vaya, René! Lo que le dije al llegar. Le encuentro a usted galante y... hasta bromista.

RENE

Serán los aires del Canal de la Mancha... ¿Además, cree usted que no tengo motivos para estar satisfecho de la vida?

ELENA

Las pruebas.

RENE

Mis negocios marchan viento en popa...

ELENA

Es bien notorio...

RENE

Disfruto de una salud sansoniana, hercúlea...

ELENA

El aspecto no falla.

RENE

Todo el mundo se quita el sombrero a mi paso... La sociedad me considera... Los gacetilleros, cuando hablan de mí, en la prensa, me dicen el acaudalado, el famoso, el distinguido financiero...

ELENA

Como lo que es.

RENE

Tengo una esposa que es la envidia de París, digna gemela de usted en elegancia y hermosura...

ELENA

Gracias otra vez.

RENE

Tengo amistades numerosas y escogidas, que me honran con su consideración y estima... Y sobre todo, Elena, tengo una felicidad, en el rescoldo de un cariño puro y suave, que me enajena...

ELENA

En una palabra: ¡que es usted un ejemplar de hombre feliz, vamos!

RENE

Puede usted proclamarlo. Crea usted que me considero de los mortales que han de bendecir su venida al mundo.

ELENA

¡Pues que les dure a ustedes mucho años, hijo! (Suspirando) ¡Ay! No todos podemos hablar del mismo modo, René.

RENE

Claro, todo el mundo habla de la feria según le va en ella. Y en términos bursátiles le diré a usted que con la pérdida del marido, ha hecho usted un mal negocio, amiga mía. Ha jugado usted a la baja.

ELENA

¡Pobre Alfredo! ¡Tan bueno como era! Le he llevado luto riguroso dos años seguidos y ya van dos que se lo llevo de alivio...

RENE

Es una contumacia admirable.

ELENA

Si usted lo hubiese conocido...

RENE

En aquel retrato al óleo que tiene usted en el salón, está que habla.

ELENA

Me llevaba 25 años y nadie se los hubiera echado. Tan bien conservado, tan pulcro... Aunque me dejó toda su fortuna, crea usted que me hace muchísima falta.

RENE

Sí pero usted es joven y podrá rehacer su vida...

ELENA

¿Qué quiere usted decir?... ¡Ah, no, no! ¿Volver a casarme?... ¡que disparate!... ¡ja, ja, ja!...

RENE

No diga usted nunca de esta agua no beberé que puede presentársele una sed galopante al lado de una fuente cristalina, en forma de guapo mozo...

ELENA

No diré que pueda llegar un momento en que capitule; no obstante, por de pronto, me resisto.

RENE (Insinuante)

Me dirá usted que Marcelo Châteneuf...

ELENA

Es un buen amigo.

RENE

Yo ya les hacía a ustedes prometidos. Precisamente no ha mucho hablábamos de ello con Lucila...

ELENA

¿Lucila le decía...?

RENE

Que anteanoche, en el entreacto, estaban ustedes muy juguetones flirteando.

ELENA

Ah, sí... ¡ja, ja!... nada: pasatiempos inocentes.

RENE

Y que por cierto mi suegra le está a usted muy agradecida porque gracias a la delicadeza de usted, trayendo hasta aquí a mi mujer, les ahorró la molestia de una hora de retraso y más de un litro de gasolina.

ELENA

¿Que iba a hacer si me pillaba al paso?

RENE

Ahora mismo lo estaba sacando a colación con grandes elogios.

ELENA

Ya ve usted la buena señora.

RENE

Y yo también le estoy agradecido.

ELENA

Vaya por Dios, si no vale la pena.

RENE

No le puedo hacer más. Quiero tanto a Lucila que si mis ocupaciones me impiden atenderla y en mi ausencia puede pasar un rato agradable, considero más aligerada mi falta. Y si está con una señora como usted, tan amiga, tan animada y que merece toda mi confianza...

ELENA

Nos lo pasamos bastante bien.

RENE

Dos amigas tan compenetradas y unidas... sobre todo, unidas. Parecen ustedes dos hermanas siamesas.

ELENA

Puede decirse que toda la noche la pasamos hablando de usted.

RENE

¿Ve usted si le soy deudor, guardándome tan buena ausencia?

ELENA

No quería ir al teatro Lucila, sino que, por lo visto, su madre que se empeñó, pudo convencerla. Parecía que llevaba encima la nostalgia de la separación...

RENE

¡Si me quiere tanto la pobrecita!

ELENA

Con exageración. Si parece una ingenua colegiala. Como que es cosa inocente, ya se lo puedo decir: Al salir del teatro, quería marcharse a casa a toda costa y tuve que luchar la mar de rato para que fuéramos al Excelsior a comer unos fiambres y tomar una copa de champagne.

RENE

¡Conque figúrese usted!

ELENA

Meterse en la cama, sin tomar nada, es cosa de mal gusto; ¿no le parece René?

RENE

¡Y tanto, mujer!

ELENA

Nos sentamos un rato, curioseamos los vestidos del mundo que se encontraba en el salón y después de contarnos nuestras impresiones domésticas del día, nos vinimos tranquilamente cada una a nuestra casa, como dos felices burguesas.

RENE

Y a dormir toda la noche de un tirón.

ELENA

¿Y de su viaje qué me cuenta usted?

RENE

Si total llegué a Dóver. A las tres horas, ya emprendía el regreso en el primer paquebote. Al enterarme de que en Londres no hallaría a la persona que me interesaba visitar, medio avergonzado como los amantes a los que se da una cita y se encuentran con un plantón ridículo, he vuelto la espalda y escurrido, he regresado a casa al galope.

(Vuelven LUCILA y SRA. SORIGNAULT)

LUCILA

¿Elena, por aquí?

ELENA (Besándola)

¿Qué tal amiga mía? (Dándole la mano) ¿y usted señora?

SRA. SORIGNAULT

Encantada de saludarla.

LUCILA

¿Hace mucho que has llegado?

ELENA

Hemos estado un rato de charla con tu marido.

LUCILA

¿Cómo no pasasteis aviso?

RENE

¿Crees tú que no sé hacer los honores de la casa?

ELENA

René es un hacha atendiendo visitas.

RENE

Y más a una visita predilecta como es usted. Bueno mientras están ustedes hablando de modas, de guisos o de lo que hablen las señoras en sus reuniones, yo voy a llegarme un rato al despacho. Volveré lo antes posible, Lucila. Hoy espero dedicarte la tarde, digo, si no la tienes tú comprometida.

SRA. SORIGNAULT

Aunque la tuviera. Primero es el marido. ¡Aviados estaríamos!

ELENA

Sin duda.

LUCILA

Te espero. Estoy a tu entera disposición.

RENE (Dándole la mano)

Elena he tenido un gran placer en saludarla.

ELENA

Tanto gusto.

RENE (A las demás)

Hasta luego.

SRA. SORIGNAULT

Adiós, René. (Se va éste)

LUCILA

Bueno, sentémonos.

ELENA (A Sra. Sorignault)

¿Y que me cuenta usted de Gastón?

SRA. SORIGNAULT

El ya estará por ahí con sus amigotes. No hace más que comer y gana la calle de un salto. Ni que viviera en casa de huéspedes.

LUCILA

Miedo de que se le venga el edificio encima.

ELENA

Vaya, que cuando lo vea usted con el uniforme de aviador...

SRA. SORIGNAULT

Ha de estar guapísimo, mi pocholo.

ELENA

Es un muchacho elegante y simpático.

SRA. SORIGNAULT

Sólo me tiene preocupada que tenga que volar. No sé, no me hace ni pizca de gracia. Yo creo que los aires se han hecho para los pajarracos.

LUCILA

Y el mar para los peces.

ELENA

Dónde está el hombre está el peligro. Eso son cuentos: cuestión de suerte. Y teniendo un buen protector como Châteauneuf... Gastón llegará a ser un as...

LUCILA

Menos mal si es un as... de triunfo.

SRA. SORIGNAULT

El caso que no le "arrastre" la fatalidad y no le "falle" la sombrilla del paracaídas... Aunque la cosa no sea para bromas.

(Por el foro aparece M. SORIGNAULT)

SORIGNAULT

Ya estoy aquí. (Dándose cuenta de Elena) ¿Qué tal Elena?

ELENA

Bien gracias y ¿usted señor Sorignault?

SORIGNAULT

De trajín por el chico.

SRA. SORIGNAULT

¿Qué entra o no entra?

SORIGNAULT

Entrará... Hay que abrirle la puerta que por el momento, está cerrada.

SRA. SORIGNAULT

¿Y qué falta, ahora?

SORIGNAULT

Mi consentimiento. He de firmar una declaración como estoy conforme que se rompa la crisma el mejor día.

SRA. SORIGNAULT

¿Y como has descuidado este requisito?

SORIGNAULT

Hija, mía, ya estoy que no me veo con tantos papeles y pólizas. Dichosa burocracia. Le exigen más garantías a uno para que se mate en avión que para hacerte un seguro de vida... No sé en qué mundo vivimos. Y lo peor es que mañana, termina el plazo.

SRA. SORIGNAULT (Levantándose con viveza)

¡Arrea! Pues a presentarla rápidamente. No sea que se nos escape la ocasión que la pintan calva.

SORIGNAULT

Aquí el que va a dejar el pelo y a sudar tinta, soy yo.

SRA. SORIGNAULT

Vamos, vamos, no perdamos minuto.

ELENA

¿Volverán ustedes?

SRA. SORIGNAULT

Según...

SORIGNAULT

Y si no venimos echaremos un bocinazo por teléfono. (Dándole la mano) Elena, hasta luego.

ELENA

Tanto gusto. (id a Sra. Soriganult) Encantada.

SRA.SORIGNAULT

Adiós. (Salen ambos por el foro)

(Quedan solas las dos amigas)

LUCILA

¿Una copita de benedictine?

ELENA

Como quieras. (Llama al timbre Lucila) (Elena saca del bolso una cajetilla de tabaco selecto y da un pitillo a Lucila. Fuman las dos) He estado hablando con tu marido...

DONCELLA (Entrando)

¿Llamaba la señorita?

LUCILA

Saca dos copitas y la botella de Benedictine.

DONCELLA

Sí señora enseguida. (Sale otra vez)

LUCILA (Con ansiedad)

Y qué.

ELENA

De primera: vive sumergido en un baño de rosas.

LUCILA

Esta vuelta precipitada, empezaba a preocuparme. Además la pérdida del pañuelo de seda, que no he podido dar con él, por mas indagaciones que llevo hechas. Y lo perdí allí; no tengo ninguna duda...

DONCELLA (Desde la puerta con una bandeja llevando lo pedido por Lucila)

Señorita.

LUCILA

Pasa y sirve. (Así lo hace la muchacha) Puedes retirarte. (Se marcha la doncella)

ELENA (Paladeando)

Buen licor. Los monjes tienen fama de buenos licoristas. Vida y dulzura como las abejas. A benedictinos y cartujos les daba yo medalla de oro y diploma de honor sobre todas las otras órdenes monásticas, dedicadas a la vida contemplativa... Toma enciende el pitillo...

LUCILA

¿Y decías de mi marido...?

ELENA

Que le he sondeado y... nada. Vuelve dulce y pegajoso como un caramelo. Con decirte que hasta me ha galanteado... ¡fíjate! Es un buen chico. Vive por el lápiz y pensando que dos y dos, son cuatro. Es una inofensiva gallinita de los huevos de oro. Puedes vivir tranquila. Como si no estuviera.

LUCILA

Si llegaba a descubrir...

ELENA

Te estrangulaba entre sus garras como Otelo a Desdémona, pero, no temas. Tu marido no descubre ni el agua en un pozo. Pues no se figura que Marcelo es mi pretendiente!... (Se ríen las dos)

LUCILA

¿Crees tú que nadie advirtió la aventura del meublé...?

ELENA

En un París cada cual anda tan metido en sí que ni ve a su prójimo. Y en aquella casa el secreto del éxito es la reserva.

LUCILA

Si llegaba a tener alguna sospecha...

ELENA

Te quiere demasiado para sospechar. Tú sigue mi consejo: te le derrites con mimos y caricias, le sigues la corriente en todo sin contrariarle y lo tendrás anestesiado totalmente.

LUCILA

Eres una maestra.

ELENA

Cinco años de experiencia con un sexagenario me han licenciado en la materia. Soy una protectora de amores difíciles.

LUCILA

Una amiga única.

ELENA

¡Si era un caso de conciencia, Señor! Pobre Marcelo, ¡está loco por ti!

LUCILA

Pero es un mal vivir.

ELENA

La felicidad -el amor- igual que la gloria, ha de alcanzarse subiendo una montaña de zarzales y abrojos. Si estuviesen las dos a la vuelta de la primera esquina, serían felices los idiotas y los imbéciles gozarían de celebridad.

LUCILA

Es una aventura que me hace vivir y me mata a la vez.

ELENA

Deja este lastre que aún te queda de prejuicio y temor.

LUCILA

Quisiera a Marcelo de otro modo... ¿cómo diría yo? no cómo a un amante...

ELENA

Las cosas hay que tomarlas como son. Ya lo comprendo: tú quisieras poder ir de su brazo por todas partes, ser presentada como la señora de Châteauneuf y como nueva princesa, instalarte en Rambouillet o en Chantilly...

LUCILA

Le he conocido demasiado tarde.

ELENA

En la vida siempre ocurre así: o llegamos antes de la hora o perdemos el tren. Las situaciones, no surgen cuando nosotros decimos, ¡ahora! No creo que pretendas la locura de pedir el divorcio para casarte con él.

LUCILA

El divorcio siempre es el escándalo.

ELENA

Pues no te compliques la existencia tú misma. Tienes un hogar, una posición, un marido un poco cándido y vulgar como mi difunto Alfredo en gloria esté y al hombre del día a tus plantas... a fin de cuentas, qué más quieres.

LUCILA

No sé más sino que tengo miedo.

ELENA

¡Esta sí que está buena! ¿Miedo de qué?

LUCILA

¿Lo sé yo misma acaso?... Hasta hace dos días, encontraba la vida monótona, pero vivía tranquila. Ahora, todo es vivir en sobresalto. Mira, poco antes de volver René, me telefoneó Marcelo...

ELENA

Porqué sólo piensa en ti. ¿Lo ves claro, mujer?

LUCILA

A cada palabra me parecía que me escuchaban o que me sorprendía mi marido...

ELENA

Ya le diré yo al mozo que tome inyecciones de tila. Estos aviadores son así: impetuosos como un motor. Toman el amor como un raid y quieren a cuatrocientos por hora... Déjalo para mí.

LUCILA

Ay, Elena, no sé... si cometemos una imprudencia...

ELENA

Vaya, no tomes este tono de llorona. Ser amada por el hombre que más brilla en París, tener una amiga cual yo, que aunque me esté mal el decirlo, más de cuatro envidiarían su apoyo, contar con un marido que no cuenta... vamos, que no cuenta porque cuenta demasiado... ¿Qué más quieres te repito?

LUCILA

Escuchándote, parece que una se anima...

ELENA

Así te quiero: a lo hecho pecho.

LUCILA

Pase lo que pase; ya soy... una de tantas.

ELENA

¿Y qué quieres que pase alma mía? Tinieblas y misterio. A vivir y a gozar. Cuando llegues a vieja, te encierras en casa al lado del marido y la posteridad, puede que algún día lea en tu tumba este epitafio: "Aquí yace una mujer honrada"... Los moralistas dirán que esta filosofía es cínica y disolvente. Sin embargo, yo no encuentro otra mejor.

LUCILA

Eres satánica. Ya no puedo retroceder. Me has comunicado el optimismo y el valor. He hecho cuanto he podido para ser la esposa fiel y resignada. Entre René y yo, hay un abismo. Yo me he criado en nuestra sociedad en la que todo es vileza y engaño. El ha venido a ella furtivamente llevado por el viento de la suerte como aventurero audaz sin documentación que le identifique. No hay nada de común entre los dos... Su origen se pierde en un pasado sin matiz ni color... Ha sido una unión desigual la nuestra...

ELENA

Como la mía con Alfredo...

LUCILA

Marcelo es otra cosa: Tiene abolengo, educación, don de gentes, heroísmo, simpatía...

ELENA

¡Y es guapo!... (Se da colorete a los labios mirándose en el espejo de mano que ha sacado del bolso)

LUCILA

Ve y adviértele que ha llegado mi marido.

ELENA

¿Irás luego a mi casa? (Levantándose)

LUCILA

No sé. Hoy he de estar a la voz de René. Si en el despacho le sale quehacer y no se presenta, iré a reunirme con vosotros... Me dijo que volvería enseguida. Le espero... (Llama con el timbre)

ELENA

Adiós mujer afortunada, criatura predilecta de la felicidad.

LUCILA

Te acompaño.

DONCELLA (Por el foro)

¿Llamaba la señorita?

LUCILA

Retira este servicio.

DONCELLA

Al momento.

(Las dos amigas salen por el foro y la doncella también después de llevarse las dos copitas y la botella en una bandeja. Al poco rato, comparecen RENE Y LUCILA)

RENE

Dije que volvería pronto y aquí me tienes.

LUCILA

Gracias hombre. Eres complaciente de verdad.

RENE

He despachado con Fraitemps y aquí estoy a tu disposición como modelo de maridos galantes y atentos. Por cierto que vengo un poco impresionado...

LUCILA (Con mucho mimo)

¿Qué té pasa René mío?

RENE

¿No has leído la prensa de la tarde?

LUCILA

Todavía, no.

RENE

(Sacando el periódico que se llevó al marcharse que había ojeado a su llegada)

Hija mía, ¡cómo está nuestra sociedad!

LUCILA

¿Y pues...?

RENE

Miquelina Reval.. divorciada.

LUCILA

¿Qué dices?

RENE

Toma, lee.

LUCILA (Leyendo)

¡Oh!

RENE

Ya ves, quién tenía que pensarlo... Un matrimonio que parecía un modelo... Una muchacha que todo el mundo la hubiese creído la encarnación de la virtud y la cordura...

LUCILA

¿Y con quién... ha sido?

RENE

Un argentino sin nombre... No tiene otro relieve como no sea que es un notable bailador de tangos. Claro que cuando estalla el hecho, las circunstancias son lo de menos.. Es la comidilla de todas las tertulias.

LUCILA

¿Y como se ha sabido?

RENE

De la manera que un marido se entera de esta desgracia: por la caridad o la ponzoña de un alma que se escuda en el anonimato.

LUCILA

¡Dios mío!

RENE (Afectando naturalidad)

Reval ha dado el golpe seguro. Conociendo el lugar y la hora de la cita, ha hecho una contramarcha y los ha sorprendido.

LUCILA

¿La ha sorprendido in fraganti... sin matarla?

RENE

Por lo visto.

LUCILA

¡Pobres amigos!

RENE

¿Verdad que da pena?

LUCILA

Es increíble.

RENE

Todos los días se hunde un hogar en el estrépito de la ignominia. No sé a dónde vamos a parar.

LUCILA

Es espantoso.

RENE

Bueno, bueno, no nos preocupemos. No somos nosotros los llamados a resolver su situación y, menos, a llorar las consecuencias.

LUCILA

Cree que me ha impresionado.

RENE

Pues a distraernos, mujer. A fortalecernos cada día más para librarnos de esta plaga. ¿Sabes que podríamos hacer?

LUCILA (Con mucha dulzura)

Lo que tú quieras, bien mío...

RENE

Salir como una parejita feliz. Al enterarse uno de una cosa así, siente como un orgullo de enfrentarse con el mundo y desafiándole, decirle: Nosotros, no: nuestra felicidad es constante, nuestro amor, consecuente... No hay asedio posible de malignidad que invada nuestro nido; no hay a nuestras plantas la corteza que nos haga resbalar. Marchamos gozosos y apiñados, con paso firme por nuestro camino que no se interrumpirá jamás...

LUCILA

¡Jamás!

RENE

En nuestros rostros se refleja la sinceridad y la sonrisa del bien.

LUCILA

Y de la alegría.

RENE

No os reiréis a costa de nosotros. No seremos pasto de vuestras voraces murmuraciones. Sí, sí... Anda, arréglate, Lucila. Viste el traje nuevo que te han traído. Iremos sin rumbo fijo, al azar... Pasearemos, tomaremos el aperitivo, a comer en el restaurante y luego nos vamos a la Revista, a deleitarnos con ese cok-tail que hace gozar y reír... Música, luz, mujeres, decorados fastuosos, danzas exóticas, cantos pícaros y excitantes... Belleza y Amor... Y después, a cenar, concentrándonos, solitos, en una habitación desconocida. Un rincón que nos acoja en el silencio soñoliento de un epitalamio. Anda Lucila, viste el mejor vestido, la más frívola combinación, perfúmate, saca color a los labios, blanquéate el seno... ¡Todo sea voluptuosidad y frenesí! Ya decae la tarde... París es nuestro Lucila. Vístete para el amor, la felicidad embriagadora de una nueva noche nupcial...

LUCILA

Enseguida... cariñín. (Sale Lucila)

RENE (Mirándola salir iracundo) (Su rostro se pone lívido, sombrío... Saca el pañuelo que enseñó Sir FOLKESTONE en el primer acto y lo estruja entre su mano nerviosamente, después de contemplarlo un momento y lo esconde otra vez. Con énfasis dice:)

Una nueva noche nupcial... (Concentrado) ¡Noche de deshonor y de muerte!

FIN DEL SEGUNDO ACTO

ACTO TERCERO

Habitación persa en el Hotel Meublé Bolevard. Chaise-longue, faroles y decorado propios del lugar.

Al levantarse el telón están en escena LUCILA, RENE y CAMARERO. Los dos primeros visten de soirée.

RENE

Nos quedaremos con ésta. A fin de cuentas, es la que encuentro más interesante, ¿no te parece Lucila?

LUCILA

Es deliciosa.

CAMARERO

Es la habitación preferida por las parejas de buen gusto. Sólo tenemos otras dos que puedan comparársele: la china y la árabe. La pareja que viene una vez, vuelve otras.

RENE

Excelente.

CAMARERO

Por aquí, se va al baño y al tocador...

RENE

Interesantísimo.

CAMARERO

¿La cena la querrán...?

RENE

Ya le pasaremos la nota del menú e indicaré la hora. No llevamos prisa; entretanto, escogeremos.

CAMARERO

Aquí tiene la carta.

RENE

Toma, empieza a leer, Lucila. (Se la da)

CAMARERO

Por si no lo saben y puede interesarles, hay salón de póquer y ruleta al fondo del pasadizo de mano izquierda. Esto sólo lo decimos a determinados clientes.

RENE

Gracias. Cuente con nuestra discreción. Caso de que nos decidamos, ya nos introducirá usted.

CAMARERO

El teléfono... el timbre, aquí (enseñando ambas cosas) para llamar a la doncella, dos toques; uno, a mí...

RENE

Corriente, camarero.

CAMARERO

¿Se les ofrece a ustedes algo? ¿Un aperitivo?

RENE

Acabamos de tomarlo abajo en el Dancing.

CAMARERO

A sus órdenes señores.

RENE

Hasta luego, camarero. (Sale éste y René cierra la puerta. Lucila ha dejado la carta con displicencia y se ha dejado caer perezosamente en la chaise-longue)

REYE (Yendo hacia ella y sentándose a su lado)

Bueno, Lucila, ya estamos instalados. ¿Que me dices de la habitación?

LUCILA

Es original.

RENE

Me gusta por lo exótica. Y no conozco nada de Persia como no vengan de allí las persianas; ignoro sus costumbres y no obstante, tiene todo esto un sabor que excita a la embriaguez... y le viene a uno afán de transportarse. Aquí una pareja se querría aunque se tuviera odio.

LUCILA

Voy a hacerme el efecto de que me encuentro en Teherán. ¡Ja, ja, ja! Oye, supongo que la cocina no va a ser persa, que sino...

RENE

¿No has revisado la carta?

LUCILA

Por encima.

RENE

¿De todas formas, si crees que ha de estar más en carácter?

LUCILA

No, no; nada de comidas extravagantes... ¿Y qué ocurrencia te ha dado de traerme aquí?

RENE

¿No te gusta?

LUCILA

Aunque no fuese de mi gusto, sólo por corresponder a tu gentileza, la encontraría maravillosa. Pero, no sé, ¿me parece que no es el lugar más a propósito para un matrimonio? ¿Te has fijado en el camarero?

RENE

Me ha parecido muy correcto.

LUCILA

Me miraba de un modo como si diera a entender que yo no soy tu esposa...

RENE

Pues no me he dado cuenta. Tengo bastante con la invitación al juego, tomándonos por dos crapulosos. Son muy largos estos sujetos. Cuando un hombre entra aquí con una mujer no piden la fe de soltería ni la de matrimonio. Y si alguien pica el garlito, mejor.

LUCILA

Sí, sí, será como tu dices... (Pausa. Transición) ¿Y ya conocías este hotel?

RENE

No había pasado en mi vida del cabaret de al lado si bien tenía referencias que era una cosa suntuosa como corresponde a doscientos cincuenta francos...

LUCILA (Mirando las pinturas de las paredes)

¡Qué relieves más acabados!

RENE

Todos son de pintura subida. Calcula tú si habrán entrado pinceladas.

LUCILA

Es una maravilla de arte.

RENE

Y dónde está el arte, es propicio al amor. Si estas paredes hablaran qué cosas nos dirían. Cada día, nuevas parejas con el mismo afán de amar... Mira estas mujeres que sonríen bondadosamente como una promesa de lealtad y confianza.

LUCILA

¿Te inspiras?

RENE

En este nido y a tu lado. (La coge por la cintura)

LUCILA

Muy galante te encuentro hoy, René.

RENE

La lástima que los negocios me roben buena parte de tiempo y de energías para consagrártelos.

LUCILA

Un cariño pegajoso...

RENE

No, lo quisiera de término medio.

LUCILA

El hechizo de la temperatura primaveral; así ha de ser el amor.

RENE

Dos años llevamos de matrimonio, y nunca se me había ocurrido hacer contigo, solitos, una cena como en viaje de novios.

LUCILA

No es extraño. Tú lo has dicho: han pasado ya dos años...

RENE

Alguien dijo -y creo yo que con razón- que a la mujer hay que ganarla todos los días con delicadezas y ternuras...

LUCILA

Celebro este arranque de reeanamoramiento y que te dure.

RENE

Sólo me he pasado cuarenta y ocho horas fuera de tu lado y cosa que no me había sucedido nunca, una fuerza irresistible me empujaba hacia aquí.

LUCILA

Mas este lugar...

RENE

¿Otra vez? Alguno había de ser, pues lo he elegido al azar. ¿Me dirás que es más propio para llevar a una amante que a la esposa? Cómo se iban a reír nuestros amigos si conocieran esta salida... Sobre todo, tu amiga Elena.

LUCILA

Encuentro tan misterioso todo el ambiente desde que se pasa el dintel de la puerta. Claro que yendo contigo, ya no hay prejuicios. Y me gustan a mí tanto las excentricidades...

RENE

Realmente estas alfombras de dos dedos de espesor que no dejan gruñir los zapatos al atravesar el corredor. Los muros espesos que no dejan filtrar las risas de las habitaciones contiguas...

LUCILA

¿Ves cómo lo reconoces tú mismo?. Podías haberme llevado a otro sitio.

RENE

Me figuraba que... encajaría mejor, este retiro silencioso. Los cabarets y dancings no tienen emoción. Demasiada batahola, excesiva luz, rebosantes de locura... Los reservados son vulgarísimos. Una habitación confortable que nos aísle, que nos deje sentir bien solos... Como una pareja que rompe con el mundo y se esconde sigilosamente para sentirse ligada con más intimidad. Nuestras casas, con grandes salones, no tienen el encanto del recogimiento.

LUCILA

Te dan unas ideas muy originales.

RENE

Me siento hombre de mundo -en el buen sentido de la palabra- y sólo por ti. Vivo tan poco en él, pues siempre estoy en las nubes como las brujas que pintan cabalgando encima de una escoba, que bien puedo bajar siquiera unos momentos a rozarme con los que viven...

LUCILA

No le tomes mucha afición. No vaya a ser que cualquier día vengas con otra...

RENE

¿Pero yo tengo cara de engañarte?

LUCILA

¡Los hombres!

RENE

Los hombres, bien, ¿pero tu marido...?

LUCILA

Todos sois unas mosquitas muertas que si no la pegáis porque no podéis.

RENE

Protesto en nombre de la clase.

LUCILA

Tú mismo. Cada dos por tres, estás fuera de casa. ¿Quién me asegura que más de una vez, en lugar de asuntos de negocios no sea con vistas a alguna conferencia... femenina?

RENE

¡Qué perspicaz... maliciosa!

LUCILA

Tu última salida, sin ir más lejos. Cuarenta y ocho horas de ausencia por un motivo de una verosimilitud dudosa.

RENE

¿Celos?

LUCILA

Y por aquí, te desenvuelves con una libertad de movimientos. Como si fueses un asiduo parroquiano.

RENE

Y si tuviese... -es una suposición- Si tuviese la debilidad de engañarte, ¿qué harías Lucila?

LUCILA

¡Oh, no, no me lo digas ni en broma!

RENE

Supongamos que cayera en la tentación porque castillos más fuertes que yo se caen..

LUCILA

Iba a volverme loca (riéndose) y sería capaz de alguna locura.

RENE

¿Quizás ibas a matarme?

LUCILA

¡Quién sabe! ¡ja, ja, ja!

RENE

¿Tanto me quiere mi mariposilla? (Va a besarla)

LUCILA (Esquivando)

No me beses que te dejaba la cara como una calcomanía. Espera a que me quite el maquillaje.

RENE

¿Así crees tú que el adúltero merece la muerte?

LUCILA

¡Ah, claro, sin pensarlo!

RENE

Esta bien. Toma nota para no caer bajo el peso de tu justicia... Pues, lo que tú decías... Imaginémonos que yo soy el trasnochador que en el Boulevard ha hecho la presa y que tú eres la modistilla que vive en una barriada y miente a sus padres asegurándoles que va al Cine de la otra calle... O bien que yo soy el cínico aventurero y tú la mujer impúdica sacada de su hogar por la deslumbradora seducción. Para esta clase de ejemplares se han hecho estas casas...

LUCILA

No está mal. ¿Y porqué no pensar que somos nosotros mismos?

RENE

Tienes razón. Sería inocente creer en la mascarada. ¿Por qué fingir en nuestra imaginación? Que podemos ser mejor que el matrimonio compenetrado, la pareja feliz que se quiere, que adora uno en el otro que, al mirarse, ven claras sus conciencias como se ven los objetos a través del cristal. Nosotros que tenemos la casa cimentada en el amor, en la lealtad, en la mutua confianza, no contagiados por las concupiscencias...

LUCILA

¿Por qué hablas de esta manera.. hoy?

RENE

¿Hoy? (Con naturalidad) Siempre te he hablado de la misma manera, Lucila.

LUCILA

Estás tomando un tono demasiado lúgubre. ¡Ja, ja, ja!

RENE

¿Hablemos de un viaje en proyecto, si te parece?

LUCILA

Hacia los lagos suizos o los olivos de Tierra Santa.

RENE

Dónde tu quieras.

LUCILA

¿En avión?

RENE

En el medio de locomoción que prefieras...

LUCILA

¿Un yate para nosotros solos? ¡Uy, que romántico! Un idilio por las costas mediterráneas y, a la vuelta, dejarnos caer en Monte-Carlo. Qué maridito más complaciente. Verás mientras cenamos, iremos perfilando la iniciativa.

RENE

¿Tienes apetito?

LUCILA

Claro que sí. Hemos comido a las nueve, paseando en coche... hemos asistido a la revista...

RENE

También estuviste anteanoche en el Teatro...

LUCILA

Sin ganas, pero, mamá se empeñó...

RENE

Hiciste muy bien en complacerla. No fue gran molestia para ti porque volviendo a casa a la una y media...

LUCILA

Realmente, pero no estando tú...

RENE

¡Pobre señora! ¡Le gusta tanto la ópera! Ya ves, para ahorrarte la molestia de llamar al chofer incluso los papás fueron a por ti y te llevaron a tu casa en su coche, ¿no es así?

LUCILA

Exactamente.

RENE

Sí, ya me lo dijiste esta tarde. Sin embargo, ahora recuerdo que tu mamá me ha dicho que Elena que también asistió a la función, se ofreció -ya que le venía de paso- para llevarte ella a nuestra casa.

LUCILA

Ah, sí. Es verdad. Pues no me acordaba. Sí, sí, me llevó Elena.

RENE

Ya me lo dijo Francisco el portero con quien estuve hablando esta tarde por casualidad, que te acompañaba esta amiga... Y que entrabas en casa a las tres.

LUCILA

¿Es posible, tan tarde?

RENE

Pasa el tiempo, que uno no se da cuenta. A lo mejor, os meteríais en algún restaurante a tomar un bocadillo... Y charlando, charlando...

LUCILA

Qué poca memoria... Nunca me acuerdo de nada.

RENE

Vamos a ver, entretanto llamo al camarero.

LUCILA

Sabe Dios la hora que debe ser, ya.

RENE (Mirando el reloj y con calma)

Temprano. Faltan cinco minutos para las dos.

LUCILA

Pues mientras tú estás con él, voy a quitarme la pintura de los labios. Voy al tocador.

(Sale ella por dónde indica. Al ver que está fuera, RENE se acerca al teléfono y llama)

RENE (Comunicando)

Oiga... Ah, ¿es usted? Sí... soy René... ¿Todavía están ustedes levantados? Muy bien. Hagan el favor de venir a la habitación persa del Meublé Boulevard... Meu-ble-Bou-le-vard. Un disparate carnavalesco como otro cualquiera... Ahora vamos a cenar. Una sorpresa que les reservamos... Ya lo verán, vénganse... les esperamos. Hasta ahora. (Cuelga el locutor) (Sale Lucila sin el abrigo de antes y luciendo un rico vestido de soirée con escotes) Oh, oh, estás piramidal... ligerita de ropa...

LUCILA

¿Ha venido el camarero?

RENE

Todavía, no; no me habrá oído.

LUCILA

¿Pues a qué aguardas?

RENE

Deja que te contemple mujer... ¡qué prisas!

LUCILA

Es que tengo un hambre...

RENE

Que te vas a comer hasta el plato.

LUCILA

Hijo, no tengo tan buena dentadura...

RENE

Pues ahora vamos a empezar nuestra juerga... Anda, elige tú misma.

LUCILA

No, no; tu...

RENE

Conforme; enseguida. (Llama al timbre. Al poco rato, comparece el camarero, antes llama con los nudos de los dedos) Adelante.

CAMARERO

¿Llamaban los señores?

RENE

Sí, camarero. Vamos a ver si componemos el menú... Pero antes una pregunta. ¿Estaba usted de servicio en este turno anteanoche?

CAMARERO

Sí señor.

RENE

Pues a propósito... ¿Conocerá usted sin duda al aviador Châteauneuf?

CAMARERO

Naturalmente, si se trata de una notabilidad...

RENE

Entonces para simplificar... Puede usted traernos la misma cena que a él y a su pareja que en esta hora, ocupaban esta habitación precisamente. (El camarero mira a Lucila, que se vuelve pálida) Justamente la... señorita (Señalando a su esposa) me dice que le gustó en extremo.

CAMARERO

Señorita, ¿qué le pasa a usted?

LUCILA

Nada... no es nada.

RENE

Ande, ande, camarero, repase usted el talonario de facturas y sírvanos el mismo menú...

CAMARERO

Pero... (Viendo a Lucila abatida)

RENE

No tema usted que no va a haber ningún escándalo. No va a resentirse el crédito de la casa. Châteauneuf, la señorita y yo, formamos un triunvirato muy armónico... (Empujándole suavemente) La cena, camarero, la cena.

(Sale el camarero. Lucila se levanta con indignación)

LUCILA

¿Qué significa esta infamia?

RENE

¿Niegas?

LUCILA

¿Dudas de mí? ¿Con qué fundamento?

RENE

En vez de contestar, aún interrogas. Bien. ¿Dudar dices? Convencimiento, evidencia... Debía devolverlo por conducto regular. (Saca el pañuelo de la última escena del segundo acto) Aquí tienes tu pañuelo de seda que perdiste en el corredor de allá fuera, al salir de esta habitación con tu amante.

LUCILA

¡Oh!

RENE

Tiene tu perfume preferido, tus iniciales L.D. Lo compré en Hong-Kong en uno de mis viajes... ¿Supongo lo echarías de menos al llegar a casa?

LUCILA

Y con todo esto, ¿qué?

RENE

A las tres y media volvías a casa y no a la una como has dicho tú... Y desde la una y media hasta las tres, estuvisteis solos aquí dentro. Allá fuera, tu amiga Elena dándoos escolta.

LUCILA

Basta. Está bien.

RENE

Mira a tu alrededor y todo te hablará de tu bajeza.. ¿Qué mereces? Tu misma has pronunciado la sentencia: al adulterio, ¡muerte! (Saca la pistola)

LUCILA

¡René, por caridad! No, no... (Echándose a sus pies)

RENE

Ni pataleos, ni espavientos. No tiembles... No puedo, no soy un asesino. Soy un desgraciado. A las mujeres guapas no se las mata.

LUCILA

Me da igual... Todo se acabó.

RENE

Es verdad. Los dos somos ya cadáveres de la muerte más triste.

LUCILA

No tenías por qué traerme aquí para echarme en cara mi ligereza...

RENE

Es el lugar dónde te llevó tu impudicia, en el que vienen solamente las traficantes en caricias y risas. Las que beben sin sed y aman sin corazón... A la afrenta del engaño, añades el cinismo de la desvergüenza...

LUCILA

Todo me lo merezco, insúltame, pégame...

RENE

El hombre de moda y la mujer deslumbradora. La aristocracia del genio y la del dinero en contubernio. El problema de siempre. Los hombre como yo, los ridículos pigmeos, los repugnantes a vuestros ojos, los que os proporcionamos los vestidos, las alhajas, perfumes, palcos, coches, yates, hoteles y servidores, somos los perdidos y olvidados en el trabajo rudo, entre tinieblas. No nos veis desde la cima de vuestro Olimpo luminoso. Sólo de vez en cuando, la limosna de una sonrisa. Todo el desprecio después que de nuestro nombre honrado, hacéis ropaje, cubriéndoos con el manto del apellido que os da personalidad... Las que vienen aquí no engañan a nadie, alquilan su cuerpo a ratos... Las que, como tú, se dejan llevar por la pasión, venden su cuerpo sin alma para toda la vida a cambio de un bienestar material. ¡Sois más despreciables!...

(Llaman a la puerta)

RENE (Abriendo)

¿Quién va?

CAMARERO

Una señora y un caballero que preguntan por...

RENE

Ya sé, que pasen.

SORIGNAULT

René.

SRA. SORIGNAULT (Entrando)

Lucila. (Va hacia ella)

SORIGNAULT

¿Vosotros en este lugar?

RENE

¿Que le parece?

SORIGNAULT

Que no entiendo la salida.. (Viendo llorar a Lucila) Pero, ¿qué pasa?

SRA. SORIGNAULT

¿Qué tiene Lucila?

SORIGNAULT

¿Por qué nos has hecho venir?

RENE

Para decirles que les devuelvo la hija.

SORIGNAULT

¿Eh?

SRA. SORIGNAULT

¿Qué dices?

RENE

Ella les contará con detalle. Por mi parte, sólo he de decirles que tienen su parte de culpa en lo ocurrido, pues no es bastante llamarse padres si no se sabe hacer este oficio.

SORIGNAULT

¿Qué quieres decir?

RENE

Que para ustedes el matrimonio de su hija no tenía otra finalidad que salvar la ruina.... Una operación mercantil... Poder continuar con el tren de una clase social de la que erais expulsados por la bancarrota... Todo ficción, todo hipocresía... y en vez de atarse ustedes a la gratitud y de conducirla por el camino de la austeridad y de las sanas costumbres de la vida del hogar, usted, señora, no supo inculcarle el respeto al marido -y no hablo de cariño porque este no se impone-, sino que todavía le proporcionaba usted fiestas y frivolidades...

SRA. SORIGNAULT

Lucila, hija, ¿de qué te acusan?

LUCILA

Dejadme.

SORIGNAULT

¡Habla! (A su hija)

RENE

Aquí tienen el teléfono. Su amante, el aviador Châteauneuf, el protector del hijo de ustedes, podrá informarles. Llámenlo ustedes. Son libres uno y otro, desde este momento. Mañana, empezará a tramitarse el divorcio. (Acabando de ponerse el gabán y el sombrero que iba recogiendo a las últimas palabras) ¡Que tengan ustedes buenas noches! (Sale René por la puerta. Se oyen los sollozos de Lucila. Su madre esta junto a ella y la sostiene. SORIGNAULT queda mirando a la puerta por dónde salió Rene)

FIN DE LA COMEDIA