LA SALTIMBANQUI Y EL BOTICARIO
DIÁLOGO CÓMICO
La acción en una farmacia rural.
Interior de una farmacia de pueblo. No falta en el cristal de la puerta el emblema de la serpiente que chupa. El Señor Ramón -el Boticario- está detrás del mostrador preparando una pomada contra no se sabe qué dolencia. Entre golpe y golpe de espátula, está silbando el cuple "A casa del Boticario, muchachas no vayáis"... Un empujón al pasamano abre la vidriera y aparece Aída, media gitana, media artista, pero, nómada al fin. La indumentaria, apropiada a su clase. Es una mujer alta, morena, de cabellos oscuros y ojos grandes y azules. Al oír el ruido del muelle, el señor Ramón para el silbido. Aída, al ver que la farmacia está desierta, - pues el boticario está detrás de los cristales biselados del mostrador- llama;
AIDA
¡Señor boticario!
RAMON (Sacando la cabeza por la ventanilla del mostrador)
¡Voy!
AIDA
Buenos días tenga usted, señor Boticario.
RAMON
Buenas, buenas. (Muy jovial)
AIDA
¿Es usted el dueño de la botica?
RAMON
Yo soy, señora, para lo que pueda servirla.
AIDA
Pues por usted vengo.
RAMON (Saliendo)
Siéntese usted, siéntese. ¿Qué ocurre, vamos a ver?
AIDA
Soy muy desgraciada, señor boticario; padezco mucho.
RAMON
De qué se trata; ¿quizá algún algodoncito para la muela?
AIDA
No señor, no.
RAMON (Con delicadeza)
¿Tal vez, algún divieso en mala parte?
AIDA
Nada, nada. No tengo nada de todo eso.
RAMON (Admirado)
¡Ah!
AIDA
Estoy más sana que usted gracias a Dios.
RAMON (Igual)
¡Ah, ah!.
AIDA
Pero tengo un sufrimiento muy grande, yo no necesito ningún remedio. El que lo necesita, es otro.
RAMON
Ah, ¿viene usted por otra persona? Ajajá. Veamos. ¿Trae usted receta?.
AIDA
No señor.
RAMON
Malo. ¿Y de qué padece esta persona?
AIDA
De poca vergüenza.
RAMON
¡Cimborio! Ya es toda una enfermedad.
AIDA
Como lo oye. ¡Mi marido es un sinvergüenza, un perdulario, un falso...!
RAMON
Calma y sosiéguese, señora. Explíquese usted y desahóguese usted.
AIDA
Mi marido me engaña.
RAMON
¡Mal hecho!
AIDA
¡Claro! Y todavía no tiene bastante con ser un infame, si no que me engaña a mis barbas, con la malabarista de la "trup"...
RAMON
¡Qué frescura!.
AIDA
Yo soy la gimnasta y él es el clown. ¿Usted vio a la malabarista, anoche, en el Circo?
RAMON
No señora; no me muevo del café de más arriba. Juego la malilla, leo los telegramas de La Vanguardia y a la cama. Yo no tengo más afición que a la sociología. A mí que no me hablen más que de chinos e indios...
AIDA
Qué lástima que no la conozca usted, porque vería bien claro que no vale nada. Yo no comprendo como mi marido ha podido enamorarse de aquel espárrago, de aquella sardina enmohecida...
RAMON
Sí... que le va usted a hacer señora, si la especie hombre es tal débil. El hombre es más frágil que una lámpara eléctrica de cinco bujías...
AIDA
Pero ya se lo encontrarán. ¡Que esperen!
RAMON
Serenidad, que a gritos no va usted a conseguir nada.
AIDA
Bien lo veo que no es cuestión de palabras. Por eso he venido a encontrar a usted, a ver si lo arreglamos.
RAMON (Escamado)
Oh, le advierto que yo no soy ni juez de paz, ni alcalde de barrio siquiera...
AIDA
Usted tiene el remedio. No me diga que no. La vieja Maritza lo sabe. La vieja Maritza era antes, la primera gimnasta de la familia Corpol·li; tiene mucha experiencia y dice que a mi marido, solo conseguiré hacérmelo mío otra vez, dándole algo...
RAMON
Esta señora lo habrá leído en LAS MIL Y UNA NOCHES. ¿Algo? No la entiendo en buena fe.
AIDA
Sí que me entiende. Quiero decir unos polvos. He de echarle polvos al vino o a la comida.
RAMON
¿Y de qué polvos le va a echar?
AIDA
Oh, eso tiene que hacerlo usted, que es el boticario, ¿porque no va a querer que le meta polvos de los que usamos nosotros para blanquearnos el cutis?...
RAMON
No vamos a hacer nada, señora.
AIDA
¿Qué quiere usted decirme?. ¿Usted pretende hacerme creer que no vende "seguidillas"?
RAMON
Ni seguidillas ni paradillas.
AIDA
Pero si la vieja Maritza lo sabe de cierto, que dice que una vez, la mujer de un excéntrico...
RAMON
Le repito que no vamos a hacer nada. Sin receta de un médico, yo sólo puedo venderle diez céntimos de magnesia o de un ungüento...
AIDA
Eso son escrúpulos de usted. Yo no voy a comprometerle. ¡No deseo más que mi marido vuelva a ser mío, bien mío!
RAMON
No chille usted, que hará que entren los transeúntes de la calle.
AIDA
¡Deme usted las seguidillas, hombre!
RAMON
No las tengo... ni podría. Más claro: aunque las tuviera, no quisiera exponerme a que me metieran en chirona, como decía Portela Valladares.
AIDA
¡¡Pues deme usted veneno!!
RAMON
¿Se ha vuelto usted loca? Usted aspira a hacer un viajecito a San Baudilio de Llobregat.
AIDA
No para ellos, para mí: quiero suicidarme.
RAMON
Pero no aquí; ¡está usted buena!
AIDA
Hasta para eso, me faltaría valor. No, no; pero yo no puedo vivir sin Myrto. ¡Quiero morir, quiero morir! ¿Lo oye usted?
RAMON
Está usted fresca si cuenta conmigo; porque, gracias a Dios, en mi vida he pertenecido a las patrullas de control...
AIDA
Quiero acabar con mis sufrimientos.
RAMON
¡Vaya, sosiéguese, sosiéguese usted, calma!
AIDA (Suplicante)
¡Por los clavos de Cristo!
RAMON
Ni por los clavos ni por los martillos.
AIDA
Usted que tiene cara de buen hombre...
RAMON
Todo lo bueno que usted quiera; aunque diga más bueno que las pastillas del Doctor Andreu, pero yo, por aquí, no paso.
AIDA
¡Y la vieja Maritza que se creía...!
RAMON
Y usted como ella, cree en brujas, ¿no es eso?
AIDA
Naturalmente que creemos.
RAMON
Conforme. Pero, por lo menos, no debían tomarme a mí por brujo.
AIDA
Si yo no quiero más que seguidillas. Yo no digo que usted sea brujo...
RAMON
¡Qué seguidillas ni sevillanas ni malagueñas! Bueno, bueno; por lo visto, usted lo que quiere es embrujar a su marido, para hacérselo suyo otra vez, ¿no es así?
AIDA
Si hace más de una hora que se lo estoy diciendo.
RAMON
Pues mire usted, yo le puedo dar un camino...
AIDA
Oh, ¿un camino?...
RAMON
Sí, verá usted; aquí en la calle de Santa Agueda, número siete, entresuelo, vive una gitana que hace de bruja.
AIDA
¿Una bruja? ¡Estoy salvada!
RAMON
Sí es una gitana que tira las cartas, dice la buenaventura y dicen que da males y los quita como yo quito y pongo los específicos en los estantes...
AIDA
Oh, una bruja, ¡voy a verla corriendo!
RAMON
De seguro que le hará comprar una docena de cirios de cera virgen, doce alfileres que le mandará clavar al corazón de un gatito negro, macho, que aún sea cachorro. Le mandará decir seguramente, a las doce de la noche, durante una novena, alguna oración de las que ella se fabrica...
AIDA
¡Estoy salvada!, ¡una bruja!, ¡a casa de la bruja se ha dicho!
RAMON
Oh, espere, espere, que he de decírselo todo. Yo no sé andar con mentiras. Esta bruja está casada, hace cinco años que su marido se le fugó con otra mujer y a pesar de sus brujerías, esta es la hora que todavía lo está esperando...
AIDA (Asombrada)
¿Qué me dice usted?
RAMON
Lo que oye. Con que, vaya usted a ver la bruja si le parece.
AIDA
Oh, no; así, no. Usted me ha matado las ilusiones. ¿Pero que hago yo? Hay que hacer algo. Yo he de reconquistar a mi marido. (Muy amable) ¿Qué haría usted señor boticario?
RAMON
Déjese usted de brujas, de polvos de seguidillas y de plantas aromáticas y demás monsergas y supersticiones. El remedio lo tiene usted en su mano.
AIDA
¡Ay! ¿Usted cree?
RAMON
Venga usted acá, cabeza de chorlito, tonta de capirote. Una real moza como usted. ¡Quite usted, mujer, quite usted! Usted si quiere, reconquista al marido y conquista como se empeñe, el viejo y nuevo continente y los planetas que se le antoje.
AIDA
¡Ay, si fuese cierto!
RAMON
Una mujer de sus condiciones no se entretiene con estas bobadas. ¿No ve usted que si hubiera vivido en el tiempo de San Antonio Abad y la hubiera conocido a usted, se habría cortado la barba con maquinilla Gillete, a pelo y contrapelo, hubiera mandado a paseo a los pececitos y al puerco y hubiera corrido tras usted?
AIDA (Entusiasmándose)
¿A que no?
RAMON
Que si topara usted con San Roque regalaba el perro a un amigo cazador y usted hacía de él lo que le viniera en gana.
AIDA
Sí, diga usted, diga usted...
RAMON
Hay muchos maridos tontos de atar, que teniendo una mujer guapa en casa, incurren en el noveno mandamiento, yendo de picos pardos, y cuidado que está usted agraciadita! ¡Digo! Tiene usted unas pronunciaciones sobre las extremidades circundantes de su persona, que son para quitar el hipo y para perder el tino...
AIDA
¿Y qué hay que hacer?
RAMON
¡Nada de amilanarse, nada de lágrimas! Astucia y diplomacia. ¿Que tal anda usted de apetito?
AIDA
Apenas si pruebo bocado.
RAMON
Pues hay que comer en cada ágape, hasta atragantarse. ¿Usted no fuma?
AIDA
No señor.
RAMON
Hay que fumar. Ahora mismito, al salir de aquí, se va usted al estanco y se compra una cajetilla de tabaco rubio y le echa el humo a su marido, a las propias narices.
AIDA
¿Y qué más?
RAMON
Ha de estar usted siempre alegre, sobre todo en su presencia. Eche usted unas buenas carcajadas... luego cantará usted, con todo desparpajo las canciones más airosas que se le ocurran, sin olvidar el "Carrascal" el "Ven y ven" y aquella que dice "la ría de Villagarcía que es puerto de mar"...
AIDA
¡Si no voy a poder! ¡Si tengo el corazón más triste!...
RAMON
Pues hay que tenerlo alocado. A su marido se le rinde, por alegría y por celos. Ha de presumir usted. Póngase la mejor ropa que tenga.
AIDA
Sí, sí...
RAMON
Y se marca usted diariamente las ondas de la permanente. Y se perfuma con el frasco más fuerte que encuentre y se pone usted medias finas, de aquellas que son tan trasparentes, que parece que una vaya sin medias.
AIDA
¿Y cree usted?
RAMON
Bien escotadita de seno y luciendo todo el garrote de brazo que Dios le ha dado. Ah y a poder ser, dele usted achares con alguno de la trup.
AIDA
¿El caballista?
RAMON
Con quien sea. Unos pantalones que parezca que lo valgan, que den la sensación de que va en serio...
AIDA
No hará caso; usted no conoce a Myrto.
RAMON
Lo que me temo que no reaccione con violencia y se produzca un drama pasional y sangriento, arremetiendo contra usted, el otro, el "regisseur" y todo el parque zoológico del circo...
AIDA
¿Sabe usted, que puede que tenga usted razón?
RAMON
Remedio barato e infalible. Si todo se pudiera curar así, ya podría cerrar la farmacia. Estas son armas lícitas; no emplee usted otras y verá usted como el Myrto ese, vuelve a usted más manso que un corderito. En quince días, ese tenorio, que por el sólo hecho de ser payaso, tiene que hacer reír al público, verá como cae a sus pies llorando a lágrima viva...
AIDA
¡Pero qué remedio! ¡Si parece que se lo hayan recetado a usted todos los días!. ¿Es usted casado?
RAMON
Soltero, bien soltero; de la punta de los pelos a las uñas de los pies.
AIDA
Oh, usted es un sabio.
RAMON
Nada más que para ir tirando...
AIDA
¡Tonta de mí! ¿Creerá usted que me ha convencido y que ya me siento otra mujer?
RAMON
Siga usted mi prescripción al pié de la letra y triunfará.
AIDA
Le estoy muy reconocida. Si viene usted esta noche al circo, le dedicaré todas las contorsiones del trapecio...
RAMON
¡Del trapecio! Ah, ya, es verdad que usted trabaja en el trapecio. Aquello que va de un extremo a otro... El mismo movimiento del péndulo del reloj que va de izquierda a derecha, y viceversa... como la opinión en algunos países, que nunca encuentra su centro.
AIDA
¿Irá usted?
RAMON
Sí, iré, bohemia esperanzada. Sacrificaré la malilla para verla mover con bríos...
AIDA
Me acordaré siempre de su consejo.
RAMON
Sígalo al pié de la letra y en su vida de saltimbanqui, volverá a reírse por todos los pueblos y caminos que recorra con su clown arrepentido...
AIDA (Iniciando el mutis)
Adiós, señor boticario.
RAMON
¡Adiós, golondrina traviesa y celosa, adiós!
(Aída desaparece por la puerta vidriera de la calle y el señor Ramón silba la misma canción del principio del diálogo, volviendo detrás del mostrador)
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